martes, 22 de diciembre de 2009

La Chona va a comer sushi

Esa noche, luego del suceso de la pérdida de memoria, el amoroso del Cacho se esmeró en hacerme recordar, durante toda la tarde, quién era él.
-Io soy el Cacho, Chonita… ¿No te acordai de mí?
Después de recordarlo un poquito al Cacho, me dijo que me vistiera, que me pusiera todas las plumas, porque íbamos a ir al Susi Clú’.
En el acto pensé que al Cacho se le había pirado una neurona. Creí que era un clú’ Singer…
Ah, no… Esa es la marca de la máquina con la que coso las medias agujereadas del Cacho.
En el camino, a bordo del E7, me explicó que íbamos a cenar al Susi Clú.
-¿Y qué vamo’ a morfar, decime Cachito?
-Vamo’ a comer Susi.
-¿¿¿Nos vamo’ a comer a la yegua de la Susana???
El Cacho solamente sonrió. Y mientras él sonreía, yo pensaba: “Este hijo de puta se debe haber metido en una cesta… No, no, no… en una sexta… Perdón… en una secta”. Estaba medio raro el loco este.
-Yo a las partes púdicas ni se las toco – le dije.
A medida que el Cacho se mataba de risa, yo seguía:
-¡¡¡Ni chupada!!! Ni se les ocurra darme de comer un sobaco a mí. ¿Me entendiste, Cacho?
Y ahí, justo en el momento que pronuncié su nombre, el Cacho se dio cuenta. Porque cuando io dejo de usar el diminutivo es porque se viene un embrollo.
-Calmate, Chonita querida… Te esplico… El susi es un pescao y en el Susi Clú’ te lo sirven de re chupete – me aclaró.
-Ahhhhhhhhhhhhhhh – fue lo único que atiné a vociferar.
Ni bien llegamo’ al Susi Clú’ este, no nos alcanzó la tarasca ni pa’ ver la carta. En la entrada ya me relojearon mal y casi me cago a trompadas con el cocinero.
Ahí me di cuenta que el collarcito con el dije de la Mona era un tanto zarpado pa’ ese lugar. Y que el anillo fluorescente, ese que te venden en los semáforos y que titila a dos mil por segundo, que me había puesto tampoco daba pa’ el Cerro de las Rosas.
El Cacho se quedó pálido después de ver los precios de la carta. Me agarró del codo y de pedo me dejó levantar.
-¡¡¡Nos vamos a la mierda, nos vamos!!! – me gritó.
-¿A dónde vamos, Cachito? – le pregunté.
-Vamos a “Che Pescado”, el mejor bolichón… de Susi.
Sucede que io no tuve en cuenta los signos de puntuación. “Che Pescado” quedaba en Villa Páez y no era, precisamente, de susi. Sino que Susi era su dueña.
Nos trajeron dos pescadazos que acababan de sacar del Suquía… y al primer mordiscón…
-…
-¿Qué te pasa, Chona? – preguntó el Cacho.
-…
-‘Tá ricazo, ¿no? – preguntó eufórico nuevamente el Cacho.
-…
Como el boludo no entendía lo que le quería decir, no tuve otra que apelar a la violencia y le encajé un patadón en las bolas por debajo de la mesa. Al querer levantarse, producto del golpe, por suerte empujó la mesa y ésta presionó mi diafragma, lo que me quitó el atoramiento que tenía.
-No te dai cuenta que me había tragado una espina y no podía ni respirar, no podía, atunazo.
Y en el acto me levanté, enojadísima:
-Vamonos a la mierda del boliche del bagre este – seguía enfurecida.
Fue ahí cuando saltó la Susy, que no debe tener más de un metro treinta:
-¿A quién le decís bagre, che vieja del agua? – me prepoteó la muy guacha.
Nos agarramos de los pelos por espacio de quince minutos hasta que, cuando nos cansamos y nos olvidamos de por qué mierda estábamos peleando, cada una se fue pa’ su rancho.
En el camino de vuelta, como sabía que estaba en falta, con dos tarjetas rojas y media, el Cacho se quiso hacer el romántico. Me compró un bombón y a mí se cayeron los lienzos, se me cayeron. Abrí ese bombón haciéndome la Yaron Estón cordobesa y noté que una especie de acidez me empezaba a recorrer el paladar.
¡¡¡Se me fue el romanticismo y la seducción al ocote!!!
-¡¡¡Cacho…!!! Te vendieron un bombón vencido, te vendieron – le informé.
Y me fui directo a ver la fecha de vencimiento:
-Vence el 10/12/2011 a las 09:33 horas – leí atentamente.
-Está bien entonces – trató de calmarme el Cacho.
Pero había algo que no me cerraba. Debían ser nuevos esos bombones.
-¿Bombones Knorr? ¿De gaina? – dudé.
Y fue cuando caí, grité y lo empecé a correr al viejo pelotudo por todo el barrio:
-¡¡¡Te vendieron un caldito de gaina che pescadazo!!!




viernes, 11 de diciembre de 2009

La Chona formateada

Como verán, queridos amigos y amigas, hace como una semana o, lo que e’ lo mesmo, cinco días que no actualizo mi block, que no actualizo.
Sucede que un día me fui a sentar a la compu a revisar mis mails, mi fuck you… perdón, mi fasebuc, cuando de pronto… (Suspenso)
El pelotudo del Cacho se puso a cambiar un portalámpara y me cortó la luz, me cortó.
De ahí en más, la guacha de la pecé no funcó más. ¡¡¡Chau Pinela!!! ¡¡¡Sé finí!!! ¡¡¡Mortadela!!!Cargué el armatoste bajo el sobaco, por el que dicho y sea de paso esa mañana no había pasado deodorante alguno, y le pegué un grito al Cacho.
“Che, viejo ortiva… Acompañame. Vamo’ a llevarle esta porquería al pecetero”.
Casó las llaves del Torino y nos subimos. Y dos segundos después, nos tuvimos que bajar, nos tuvimos. ¡¡¡Se había quedado sin nasta el gilún!!!
Lo miré con un ojo. No lo puteé ni nada. Agarré la pecé y empecé a caminar, empecé.
Cuando llegue a “Hard-Punk Disc”, el local de computación, el pecetero me dijo: -Mire, seora… esta máquina tiene un virus.
“Y sí”, pensé pa’ mis entrañas. “Imaginate venir debajo de mis sobacos, y sin deodorante, tantas cuadras… Más que virus, esta cosa tiene una pandemia”.
-Resucitamela… te lo pido por Hotmail, Yahoo y la placa madre que lo parió – le supliqué.
-Tranquilícese, seora. Vamos a hacer todo lo posible. La vamos a tener que formatear – me dijo el pecetero.
Y de ahí en más, no me acuerdo nada más. ¿Quién soy yo, quién sos vos, quién es el, quiénes somos nosotros, quiénes sois vosotros, quiénes son ellos?
Lo único que recuerdo son dos palabras, que parecen ser sumamente importantes en mi vida: “RICARDO FORT”.
Quién es ese Ricardo For…t lo aprendí en la televisión, en un programa de una mina colorada que dice ser Canosa. Este íspa dá pa’ cualquier cosa.
Después lo veo a este tal For…t que quiere pelear con un tal Alé. Lloran los dos.
El For…t este parece un muñeco de cera, que se derrite con sus propias lágrimas.
Ahhh!!! Me dice el Cacho que es de chocolate.
Y el otro se vino a lo del Tinelli con una sarta de boseadores.
¡¡¡Qué interesante que es la vida en la tele!!! ¡¡¡Qué National Yeografic ni National Yeografic!!!¿Pero quién soy yo… quién sos vos… quiénes son ellos… quiénes somos nosotros… quiénes sois vosotros… quiénes son ellos…? No tengo la más puta idea.
Del tal Ricardito este, me puedo imaginar que será o va a ser Concejal, Presidente de la Nación, Diputado o algo por el estilo. Y pa' colmo, baila. Me parece un dulce.
-¡¡¡Y sí Chona… Si es de chocolate el hijo de puta!!! – me grita el Cacho desde la cama.

viernes, 4 de diciembre de 2009

La Chona conoce a José Playo

Le limpié toda la comisaría a la yuta, le limpié. Por suerte, me ayudó Mr. Músculo.
Del Cacho y la Dora ni hablemos. Todavía les duraba el pedo.
Cuando terminé de encerar el piso de los calabozos me entregaron a los detenidos y nos fuimos pa’ las casas, nos fuimos.
Cuando llegamo’ les preparé un té de tilo a los dos borrachos y me tomé el palo pa’ el centro. Me quería comprar el último cidí de Carlitos “Pueblo” Rolán. El último que salió, por supuesto, que debía ser má’ o meno’ del año 1980.
Allá fui… a Vértice Musical. ¡Qué despistada que soy! Nunca fui muy buena pa’ el tema de la orientación. Hasta que al final, como a las siete de la tarde, decidí preguntarle a una pareja que estaba chapando en plena San Martín.
-Perdón que les corte el franeleo, pero… ¿me podrían decir dónde queda Vértice Musical?
-Seora, discúlpeme… pero según me contó mi papá, Vértice Musical cerró hace como quince años. Justo el día en que yo nacía – me respondió el mocoso.
-¡No te puedo creer! – me lamenté.
Seguí caminando sin rumbo fijo hasta que, dos cuadras más adelante, me paró un tipo. ¡Qué plato! Y pa’ colmo, playo. Si fuera hondo, vaya y pase… pero era playo.
-Discúlpeme, ¿pero usted no es La Chona? – me preguntó el buen hombre.
-Sí, io soy La Chona. ¿Y vo’ de dónde me junás? – le pregunté.
-Del blog – me contestó.
-¿Lo qué? – le volví a preguntar.
-Yo soy José Playo, creador de Peinate – me informó.
-Ehhh… momentito. ¿Qué te pasa a vó’ con mi cabeiera? – lo increpé.
-No, nada. Yo soy creador de la revista “Peinate que viene gente” y del blog con el mismo nombre. Y, a su vez, soy miembro del jurado en el concurso de blogs cordobeses en el que usted se anotó – me ilustró.
-Ajá – fue lo único que atiné a decir.
-¿Le duele mucho la espalda? ¿Cómo están el Cacho y la Dora? – me preguntó preocupado.
-¿Por qué me preguntai eso, Playo?
-Por el golpe que te pegaste en el baile y por la borrachera que se agarraron tu marido y tu amiga – me dijo luego de aclararme que lo había leído hoy en el blog.
-Bien. Esas dos porquerías están de diez – le contesté.
-¡Qué suerte! – exclamó.
-Che, Hondo… - continué.
-…Playo… - me corrigió.
-Como sea. Decime… ¿y cómo me ves vó’ en el concurso este de los blocks? – interrogué.
-Blogs, Chonita… blogs – me volvió a corregir.
Ya me estaban dando por las pelotas tantas correcciones, hasta que al final me dijo lo que io no quería escuchar.
-Mirá, Chonita. La verdad, no te voy a mentir. ¿Pero por qué no te abocás o te dedicás al bordado o a la costura o te metés de lleno en las tareas del hogar? Ni a palos vas con lo del blog – me dijo.
-Mirá José… ¿por qué no te tomás el palo antes que te dejé el culo playo a patadas? – le grité mientras le afanaba la escoba a un vendedor ambulante de la San Martín y lo corría al Playo este por todo el centro con la escoba en la mano.
Se subió al E7, en la 27 de Abril, antes de que frenara por completo y antes de perderlo de vista arrebaté de una cabinita de EMIR como dieciseis tiras de cospeles que se las arrojé desde lejos. Ahora voy a aprovechar el tiempo pa’ ver unos cursos de costura o, mejor, de repostería o, tal vez, de lencería erótica.
Ya voy a ver… ¡¡¡Qué concurso de blocks ni concurso de blocks!!!

miércoles, 2 de diciembre de 2009

La Chona se va del baile

Cuando logré sacarme al borracho del Cacho de arriba mío, traté de disimular la caída y me puse a bailar de imediato. “Bum, bum, bum… a mover el bum, bum, bum…”
Le dimo’ meta baile como hasta las siete de la matina. Era de día, cuando se acercó uno de los encargados del lugar y nos invitó, muy amablemente, a retirarnos del Estadio.
“Ya estamos cerrando, muchachos”, nos dijo.
La guanaca de la Dora estaba lacia de chupada; del Cacho, mejor ni hablemos.
Salí a la caie y paré de un solo silbido un tasi.
“Aguantame un minuto”, le dije al chabón y me fui volando adentro pa’ sacar de a uno los chupados.
Primero la agarré a la Dora, la tomé del brazó y la metí dentro del tacho. Después hice lo mismo con el Cacho, pero cuando estábamos llegando al tasi me di cuenta que la pelotuda de la Dora había lanzado todo el auto.
Por suerte, el fercho no se había dado cuenta del percance, así que muy sutilmente le comuniqué que nos habíamos olvidado algo adentro.
-Disculpame loco… me olvidé a mi suegra adentro – le dije y el boludo me creyó.
-Como no, señora. Vaya tranquila – me respondió muy educadamente.
-La vieja borracha esa debe estar rechupadaza en algún rincón. No cambia más – aproveché pa’ darle con todo a esa vieja comegratis que nunca me banqué.
Y mientras yo trataba de bajarla a la Dora sin que el tasista se diera cuenta que la hija de puta esta le había vomitado todo el auto, al Cacho le pintó la agresividad.
-Chonita… dezime guien ez esde dipo - Los que hablamos el lenguaje de los curdas entendemos perfectamente lo que el Cacho quiso decir. Y aquí va la traducción: “Chonita… decime quién es este tipo”.
-Es el tasista viejo – le aclaré.
-Bodque zi ze esdá qeduiendo haced el pudenda, lo zudto ya. (Traducción: “Porque si se está queriendo hacer el pulenta, lo surto ya).
Y ahí, en un santiamén, se bajó el tasista del tasi. Era un flaco alto, medía como dos metros y medio.
-¿A quién vas a surtir vos, viejo borracho? – le preguntó al Cacho.
-A voz bodudo – le dijo el Cacho. (Traducción: “A vos boludo”).
Y el pobre tipo no se aguantó más. Le tiró una mano que le dio justo a la altura de la mandíbula. El Cacho parecía Rocky cayendo en el ring con un hilo de baba color borravino que se desprendía de su boca. El color de la baba no era por la sangre, no se asusten. Era un poco de vino que el Cacho todavía estaba saboreando.
-¡¡¡Ayyyy!!! – gritó el Cacho. (Sin traducción).
Cuando el chofer se las tomó, sin darse cuenta que tenía todo el tasi vomitado, largué a la Dora a la bosta y me fui a ver si el Cacho se había hecho algo.
-¿Te sentís bien, Cacho? – le pregunté.
-Ez… d’… i… a… - respondió.
Pero tantos años de estar juntos, de bancarnos todo nos aportaron un poder de comprensión que, a veces, sin palabras podemos entendernos.
Traducción de las últimas palabras del Cacho antes de enmudecer: “Estoy de maravilla”. Y luego se desmayó.
Con los dos pelotudos estos tirados en la vereda me puse a pensar qué podía hacer: “Mejor me voy a la bosta y cuando se despierten que ellos se las arreglen”, pensé.
Y eso hice. Me fui a las casas, me fui.
A las tres horas me sonó el celular.
-Si… ¿hablamos con Doña Chona? – se oyó del otro lado.
-Doña tu hermana – le contesté.
-Le hablamos de la ex seccional 11 – me informó la voz.
-¿De la sesional? ¿Qué pasa don Police? – pregunté.
-Aquí tenemos dos sujetos muy chupados que piden por una tal Chona – me dijo.
-Sí, esa soy io. Y los chupados son mi marido y una vecina muy amiga. En un rato estoy por allá señor Sheriff – le contesté.
-Ah, doña Chona. Cuando venga tráigase una esponjita Mortimer, un poquito de detergente, dos servilletas de papel y un desodorante de ambiente – me solicitó.
-¿Y pa’ qué todo eso, Sargento? – volví a preguntar.
-Porque estas dos mierdas me vomitaron y me mearon todo el patrullero. Va a tener que venir a limpiar. ¿Me entendió? – me prepoteó el azulado.
-Sí, mi General – respondí.
Le iba a preguntar si no me mandaba un móvil pa’ que me busque, pero no daba.
Me voy a preparar las cosas pa’ limpiarle toda la comisaría a don alguacil.
Pa’ colmo, no sé por qué, pero me duelen todos los huesos, me duelen. Es como si me hubiera pasado la procesión de San Expedito por encima.

domingo, 29 de noviembre de 2009

La Chona va al baile

Cuando llegamo’ al baile, en la entrada me paró un urso de seguridad.
-Señora, la tengo que palpar – me dijo el grandote.
-Toque nomás – le contesté.
Y el encargado de seguridad se sorprendió cuando, a la altura de la cintura, sus manos empezaron a temblar.
-¿Qué es esto, doña? – me preguntó atemorizado.
-Slender Shaper – le informé.
-Lo va a tener que dejar acá – me aconsejó.
-¡¡¡Gracia’ Dio’…!!! – grité.
No aguantaba más esta mierda, no aguantaba.
Una vez adentro del estadio me atrapó una bella, dulce, delicada y suave melodía: “… ¿quiéééén… se ha tomado todo el vino… oh, oh, oh…?”
¿Cuánto tiempo ha pasado? Me acuerdo que antes me tenían que echar de los bailes. Y ahora no piso uno ni de milagro.
Y mientras la Mona seguía entonando ese mítico y entrañable himno (“¿quiééén se ha tomado todo el vino… oh, oh, oh…?), el Cacho parecía tener todas las respuestas a ese interrogante. Mejor dicho, todas las cajitas de vino que a la Mona se le habían perdido. El Cacho había entrado al Estadio del Centro totalmente ladeado, haciendo malabares como para que no se le caiga ni una gota de alcohol por ninguno de los agujeros de su cuerpo humano.
Cuando la Mona terminó la primera selección y mientras la Dora se había acodado en el buffet para comprar un vaso de vino tinto con Pritty, me acerqué al escenario y le silbé a la Mona.
-¡Eh, Chonita querida! ¿Cómo andás guacha? ¡¡¡Estás igual!!! – me dijo la Mona.
-Igual que vos, guanaco. ¡¡¡Estamos hechos mierda!!! – le contesté.
-Vení, vení. En la próxima selección subís a cantar conmigo. ¿Te acordás de las canciones? – me preguntó.
-Cómo me voy a olvidar de esa parte hermosa de mi vida, Monita.
Y me llevó al camarín para que me cambiara. Me dio una musculosa diminuta.
No me quedó otra que ponérmela. Fajada quedé. Parecía el Increíble Hulk cuando se le empieza a rasgar la ropa.
“No hay drama me dije. A contener la respiración y a cumplir con el sueño”.
Allá fuimos, rumbo a la segunda selección. Arrancamos con El Marginal. Yo le hacía coros a la Mona y bailaba.
No pasaron más de cinco minutos, que mientras hacía un pasito que la gente festejaba y cantaba “el marginal me llaman… el marginal…”, hago tres pasos para adelante, dos para atrás, tres para adelante, y… producto de la falta de luz y otros alcoholes, no me di cuenta que se me había acabado el escenario y me fui a la mierda.
Terminé revolcada en el piso del Estadio del Centro, arriba de una cajita de vino Cavic.
Pa’ colmo, cuando había iniciado mi caída me enganché en un clavo del escenario y ahí quedó incrustada mi bombacha, como si fuera una bandera de guerra.
Ante esto, todo el mundo se puso a cantar: “…La Chona se clavó… se clavó… La Chona se clavó…”
Cuando vino el Cacho a intentar levantarme, del pedo que tenía terminó cayéndose encima mío. Pa’ colmo, ni me reconocía y, borracho y todo, me hacía el verso con la intención de conquistarme.
-Viejo pavo… ¿no ve’ que soy io… La Chona? – le dije.
Y él ni siquiera me respondía. Era como que el coágulo había entrado en acción, o que las neuronas también se habían chupado.
Con la Dora no se podía ni contar. La muy turra estaba en la barra, tratando de levantarse al buffetero pa’ que le fíe un vino con Pritty.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La Chona va a una fiesta de disfraces

Por supuesto que esa noche dormí en lo de la Dora. No daba pa’ llegar a las casas y decirle al Cacho que le hice pomada la jubilación.
Al otro día, cuando nos despertamos, la veo a la Dora que estaba hablando por teléfono muy entusiasmada. Era su novio.
Cuando cortó, a las tres horas y media, me dijo: -Chonita… preparate que hoy tenemo’ una fiesta de disfrace’, tenemo.
-¿Lo qué? – le pregunté.
-Lo que escuchaste tarada. Yo ya tengo mi disfraz – me aclaró.
Claro, el problema ahora era mío. Yo tenía que resolver de qué mierda me iba a disfrazar. Y no era para nada fácil. Imagínense un disfraz pa’ semejante masa corporal.
La Dora me aconsejó que lo llamara al Cacho, para invitarlo. Me dijo que eso podía suavizar la tensión del asunto de la tarjeta y que con dos vinos encima el Cacho ya ni se acordaría de su jubilación.
-Hola Cachito… ¿Qué acelga? – le pregunté.
-Nada Chonita. Estoy viendo un partido: Sacachispas vs. Desamparados de San Juan – me informó.
-¡Qué instructivo lo tuyo, Cachito! – le reproché mientras la Dora me hacía señas pa’ que lo tratara bien. Había que dorarle la píldora en este momento.
-Escuchame Cachito… Hoy tenemo’ una fiesta de disfrace’, tenemo’. Yo voy a quedarme en lo de la Dora pa’ ver de qué nos disfrazamos.
-¿Y desde cuándo estás en lo de la Dora vó’? – me preguntó.
Ni cuenta se había dado el tarado de que yo me ausentaba de las casas desde ayer.
“Desde que te hice mierda todo el sueldo”, tenía ganas de responderle pero no daba.
-Na, Cachito… desde hoy a la mañana. Me vine temprano a tomar unos mates amargos con la Dora y nos colgamos dándole a la lengua.
-Bue… Quedate tranquila que yo me encargo de mi disfraz – me dijo el Cacho.
A las cinco de la tarde se me prendió la lamparita.
-¡¡¡Ya sé de qué me voy a disfrazar!!! ¡¡¡De la Mujer Maravilla!!! – grité fuerte.
Desde ese preciso momento y hasta las nueve de la noche no paré ni un segundo en la producción de mi vestimenta.
Cuando ya tenía todo listo, la imité a la verdadera Mujer Maravilla. Porque, en realidad, yo era la Mujer Maravía. Me miré al espejo, dí media vuelta como la súperchica y aparecí vestida. ¡¡¡Estaba fatal!!!
Sí, los yorcitos estaban al borde de la explosión, por abajo del topcito ese que usa la guacha se me escapaba el más rebelde de mis rollos y el cinturón que usa la Mujer Maravilla no me quedó otra que ponérmelo en el cuello. Era en el único lugar del cuerpo humano en donde llegaba a abrocharlo.
Allá partimos… a la partuza. Caímos con la Dora, que se había disfrazado de enfermera sesy.
A los cinco minutos apareció el Cacho, disfrazado de Batman. Más que Batman era Barman, porque en el pecho en lugar de tener un “murciégalo” tenía una boteia de ginebra. Apenas me vio no se pudo contener el guacho y me avanzó: “Vení mamita, engañemos a la Batichica”. Por supuesto que yo no me resistí.
A las dos horas de estar bailando y de entrarle a las empanadas, los sanguches y las cervezas el yorcito, mejor dicho el botón del yorcito dijo basta. “Hasta aquí llego yo”. Y salió impulsado como un boomerang que solamente va, para impactar contra el huevo derecho del Cacho, en este caso Batman o, para ser más correcta, Barman.
-¡¡¡Uy!!! ¡¡¡Qué dolor!!! – gritaron todos.
Les juro que hasta a mí, que carezco de vóvelin, también me dolió. Al Cacho le empezó a correr una fría y gruesa gota de transpiración por la frente y casi casi se descompone.
-¡Cómo se nota que a estos guanacos no le viene la regla todos los meses o que nunca en la vida han tenido un crío! ¡Eso es realmente dolor! ¡Tanto quilombo por un huevito!
Ya repuesto del incidente, seguimos bailando. Y justo en el momento que más divertido estaba y mientras yo danzaba “…Alza las manos si tu quieres bailar…”, levanté las manos y dí justo con la lamparita amarilla que iluminaba el lugar. ¡¡¡La quemé!!!
Fue entonces que cuando la desenrosqué para cambiarla vi claramente esa imagen. ¡Y les juro que no estaba chupada!
-Mirá Dora. Una V y una M - le dije sorprendida mostrándole lo que habían formado los filamentos de la bombita.
-Esa es una señal… Significa Virgen María – me dijo la Dora.
-No, boluda. Esto quiere decir Viva la Mona – la corregí.
Y en el acto comprendí el mensaje que me había caído desde el cielo. Yo debía ser bailarina de la Mona Jiménez. Me imaginaba haciendo las señas como el más grande: Villa Siburu, Alto Alberdi, Empalme, Villa Páez, Villa Los Cuarenta Guasos…
No pude más de la emoción. Le pedí el celular prestado a la Dora y hablé al Estadio del Centro. Sabía que la Mona estaba ahí esa noche. Y conocía el número de memoria; si habré reservado entradas con anticipación pa’ los bailes de Carlitos.
-Sí, hola… ¿Estadio del Centro? Yo quisiera hablar con don La Mona Jiménez. ¿Se encuentra? – pregunté.
-¿De parte de quién? – me volvieron a preguntar.
-De su próxima futura y encantadora Paquita. O, mejor dicho, en este caso Chonita.
-Deme un segundo. Ya la atiende.
A los diez segundos estaba hablando con La Mona.
-Diga – se escuchó del otro lado del teléfono.
-Hola Monita, soy yo… La Chona – le informé.
-Hola Chonita querida. Tanto tiempo. ¿No me digá’ que te separaste y volvés al ruedo? – me preguntó La Mona.
-No, Charly. Pero quiero bailar pa’ tu grupo – le conté.
-Bueno Chona. Vo’ sabé’ que con vo’ está todo bien. Llegate pa’ el estadio.
Los agarré del brazo al Cacho y a la Dora, me puse un alfiler de gancho en lugar del botón y salimos.
Mientras salíamos me paró un tipo y me dijo: “¡¡¡Qué buen baile!!! ¿Es rap o hip-hop?” Era el Slender Shaper. Hacía como tres días que lo tenía puesto y no sabía cómo apagarlo.
Las abdominales mías estaban mejores que las del pelotudo de Viloni, ese de 100 por Ciento Lucha.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Chona adelgazó

¡Tré’ días estuve en el hospital! Imagínense. No me quedó otra que bajar de peso.
¡¡¡Tré’ días a calabacín!!! Veo un calabacín y lloro.
Apenas llegué a las casa, lo primero que hice fue encerrarme en el baño. Agarré la balanza y me le paré encima, me le paré. Increíblemente la guanaca esta marcaba por debajo de los tres dígitos. ¡¡¡Se había arreglado!!!
Claro, cuando quise ponerme los Calvin Klein que el Cacho me había regalado pa’ cuando cumplí 33 me quedaban llorando, me quedaban. Cacé la blusa azul que uso siempre y me la probé. Era un lamento. Me bailaba.
Me paré, pensativa, frente al espejo y reflexioné: “No tengo qué ponerme”. “Estoy en pelotas”. Sin dudarlo ni un segundo más, empecé a manotear y a bolsiquear en los pantalones y los sacos del Cacho hasta que tanteé, intercepté, encontré, hallé un plástico.
Porque, convengamos que las mujeres tenemos un olfato especial para ese tipo de plásticos, los detectamos al toque. Y sí, cuando lo saqué del bolsillo efectivamente era el plástico que andaba necesitando.
-Hola Dora… ¿qué acelga? En cinco te paso a buscar así vamo’ al yopin. Vamo’ a reventarle la tarjeta al Cacho – la llamé por teléfono, en carácter de urgencia.
Cuando llegué con el tasi a la casa de la Dora ya estaba la loca esperando en la puerta, de punta en blanco. Porque también tenemos que reconocer que para lo único que somos puntuales las mujeres es para ir al yopin, de compras, a delirarnos la tarjeta o el efectivo. Da igual.
No se imaginan lo que fue nuestro paseo por el Nuevocentro. Fue pura felicidad. ¡¡¡Estábamos en el Paraíso!!!
Me compré una cartera y una más chiquita pa’ la Dora. Después me fui a Giordano a que me retocara un poco las grenchas y la Dora se hizo la permanente. Más tarde me compré un coiar, y pa’ la Dora un par de aritos. Fuimo’ al cine, a tomar un helado, a comer al Madonal’s.
Después volvimos al Giordano y tras gritarle “No me peguen… soy la Chona”, le pedimos que nos esculpiera las uñas. Al plástico, paradójicamente, lo hicimes de plástico.
Estaba de tan buen humor, en medio de mi terapia de compras, que hasta bromeé con las vendedoras.
-¿Con qué va a pagar? – me preguntaron cuando compraba el Slender Shaper, qué no sé en qué preciso momento lo voy a utilizar.
-Con Forni Card – sonreí.
-Usted se lo puede poner ya y mientras pasea por el shopping sus abdominales trabajan – me aconsejó la vendedora.
Eso hice. Parecía La Momia caminando por el shopping. Me temblaban desde la punta del dedo gordo hasta las pestañas postizas, me temblaban.
Cuando llegamo’ al Patio de Comidas se acercó una camarera y nos preguntó:
-¿Qué se van a servir?
-Dos ensaladas de la casa – pedí toda temblorosa.
-¿Se siente bien? – me preguntó la joven.
-Slender Shaper – le informé mientras me castañeteaban los dientes.
-Ah… es buenísimo. Yo también lo uso – me informó la joven muy entusiasmada.
Y se notó realmente que lo usaba cuando nos traía el pedido. Se ve que el roce del aparato con la bandeja hizo que el Slender Shaper pasara a un nivel más rápido, por lo que el temblequeo de la camarera aumentó considerablemente, perdió el equilibrio y allá fueron las dos Cocas Zero, las ensaladas de la casa… ¡¡¡y la camarera!!!
Una vez que terminamos de saborear las exquisitas y abundantes ensaladas de la casa (yo creo que la tapita de la Coca era más grande que el plato en donde estaba la ensalada) llamamos a la moza, que a esta altura estaba parchada por todos lados.
-¿Te hiciste algo querida? – pregunté un tanto preocupada.
-Me hice teta – me dijo la pendeja.
-Tomá, cobrate – le dije mientras le extendía mi brazo con el plástico en mi mano derecha; que ya a esta hora de la tarde el plástico ya estaba hecho de goma.
-Pero esta no es una tarjeta de crédito. Es de débito. – me dijo muy canchera la mocosa.
-Y bue… pa’ el caso es lo mismo. Cobrate de ahí. – le respondí.
Al cabo de cinco minutos la veo venir a la chica esta, que ya a esta altura no me caía tan simpática como al principio. Venía ya con la curita de la ceja derecha medio despegada, tapándole el ojo y esquivando mesas.
-Seora… no tiene saldo, no tiene – me dijo encabronada.
-Pelá la billetera Dora – le grité a mi compañera de compras.
Y haciendo pucheros, la Dora me murmuró: - No tengo ni un cospel Chonita.
-Bueno no importa. Tomá, quedate con esto pendeja y usalo con tu novio – le dije mientras manoteaba una de las bolsas que tenía un baby dol. Un baby dol en el cual podían entrar, por lo menos, tres pendejas del tamaño de la camarera.
Ya solucionado el asunto decidimos volver pa’ las casas, pero a pata. No teníamos ni pa’ el tasi. Cuando estábamos a mitad de camino entre el yopin y las casa me puse a pensar cómo habíamos pagado todas las cosas que habíamos comprado si esa no era una tarjeta de crédito.
Y en el acto, no pasaron ni dos milésimas de segundo, me di cuenta:
-Dora… ¡¡¡le hicimo’ bosta el sueldo, el aguinaldo y las asignaciones familiares al Cacho, le hicimo’ bosta!!! ¿Vo’ tení una cama de sobra en tu casa? ¡Yo a la mía no vuelvo ni mamada!




lunes, 23 de noviembre de 2009

La Chona sigue a dieta

A ver… a ver… lunes: un tomate con una planta de lechuga. ¡¡¡Esto de la dieta me está matando!!!
A todo esto, yo creo que la falta de hidratos de carbono, la ausencia de los crollos nuestros de cada día, del caserito con chicharrón y de los fritos hacen que no oxigene bien mi cerebelo. Amigos, debo confesarles… me parece, no estoy segura… ¡¡¡que estoy perdiendo la memoria!!! Pa’ colmo, no me acuerdo ni cómo se llama el pibe este: Cholo… Chávez… Pocho… ¡¡¡Cacho!!! ¡¡¡Ahí está… Cacho!!! ¿Pero quién mierda es el Cacho este?
Sin embargo, los resultados son increíbles. A casi una semana de haber empezado la dieta y a base de sacrificio carajo… ¡¡¡aumenté un kilo y medio la puta que lo parió!!!
A veces me pongo a pensar, me pongo. ¿Por qué será? Y los otros días lo descubrí. Pueden ser por los churros que había encanutado en la mesita de luz y a los que cada tanto les pegaba un mordiscón, yo junto a unas cuantas hormigas que andaban por el cajón de la mesita.
Pero hoy me harté… “¡¡¡Queridas compañeras en lucha, vamos a vencer este obstáculo!!!” La Marta me miraba sin entender nada, como si Giordano estuviera diciendo que ahora se va a dedicar a la cocina.
-Mirá Martita. Hoy empezamos la actividad física – le dije.
-Ajá – me contestó la Marta, que se caracteriza por ser muy verborrágica.
-A las cinco de la tarde vamos a andar en bicicleta.
Five o’ clock parecía una inglesa como esperando a tomar el té.
-¡Qué puntual, Chonita! – me dijo la Marta.
-La balanza no nos va a ganar – le respondí.
Apenas me subí a la bici advertí que el pequeño, diminuto asiento se había enterrado en mi… Pa’ qué dar mayores explicaciones, si ya todos entendimos.
Llegamo’ al Parque de las Naciones hechas unas locas. Mis calzas amarillas estaban infartantes. Con decirte que hice caer a dos viejos pavos que iban corriendo. Y por mirar mis atributos, mis cualidades, los boludos se tragaron un árbol.
Cuando iba subiendo la subida del Parque y antes de empezar a bajar la bajada, noté que la bici me pesaba un huevo hasta que, de pronto, dos pibes me gritaron: “Che vieja huevona… sacale la patita sino no vas a llegar a ningún lado”. Eso hice y el viaje se hizo más liviano.
“Bue… por lo meno’ gasté un poco más de calorías”, imaginé. Pero ni bien terminé de pensar en las calorías gastadas sentí que no me entraba ni una gota de aire. Cuando recobré el conocimiento pude ver a la Marta, con todos sus kilos, y a las dos bicicletas encima mío.
Y ahí recordé todo. Dos segundos antes yo me olvidé de frenar y le toqué la rueda trasera a la Martita. La desestabilicé y nos hicimos mierda.
Por suerte, un buen vecino llamó al 107, el servicio de emergencias. “… para socorrer a viejas boludas, presione el 4”, decía el contestador del 107. Y el buen hombre presionó. Y, por eso, nos llevaron al Clínicas.
Y, como si esto fuera poco, parece que el tema de la dieta nos condena; me sirvieron un zapallito y medio calabacín de almuerzo.
Pa’ colmo, el chico este… el Cholo, Pocho, Chino… ¡¡¡el Cacho!!! El Cacho se me caga de risa desde la puerta.
-¡¡¡Dale viejo huevón… andá a comprarme un choripán!!!

jueves, 19 de noviembre de 2009

La Chona a dieta

Después de ese desagradable suceso diarreico y de una jornada de colitis aguda me fui a apolillar. Al otro día, cuando me levanté, pensando que había adelgazado unos cuantos kilitos al haber ido tantas veces al ñoba, miré la balanza y superé el temor que le tenía. Me le paré encima y pensé “que sea lo que sea”.
Y fue lo que debía ser. La guacha andaba pa’ la bosta. Se descompuso justo cuando yo la tenía que utilizar. ¡¡¡La aguja marcaba tres dígitos!!!
Agarré la balanza de una, abrí la puerta del baño y me fui pa’ el service. Ni le contesté al Cacho cuando me preguntaba, tostadas en mano, a dónde iba. Salí echando humo… parecía el tren de las nubes.
Cuando llegué al service, lo encaré mal: -Don técnico, esta guanaca anda pa’ la mierda – le grité al buen hombre.
-A ver… veamos. ¿Qué le está pasando? – me preguntó.
-Mire, vea. Está pesando de más.
Y el muy sinvergüenza se sacó los timbos y se paró sobre la báscula.
-Señora, temo decirle que la balanza anda bien. Mire. Yo peso 78,200 y aquí me está marcando 78,400. Debe ser por las bolas de fraile que me comí en el desayuno – me informó el técnico.
-No puede ser. Yo se la dejo a esta cosa. Usted revísela bien. Yo vuelvo mañana – lo obligué a que revise el armatoste.
Al otro día cuando volví a lo del técnico el buen hombre me comunicó que sí, que evidentemente había un pieza que estaba desgastada.
-Mire Chonita. Le cambié esta piecita – me dijo.
-¿Vio? ¿Vio que algo andaba mal? – me sentí un poco más aliviada.
-Son 140 pesos – me largó.
Y no me quedó otra que pagárselos. Tanto había insistido en que la máquina esa tenía algo que ahora no podía decir ni mu.
Volví a casa pensando que este buen hombre me había arrancado la cabeza. “Un poco caro por un resorte de porquería”.
Apenas atravesé la puerta de entrada a las casa y mientras el Cacho me decía “Hol…”, yo ni lo miré y me interné directamente en el baño: “Ahora vas a ver guacha cuánto peso io. Decime la verdá’, batime la posta”.
Y fue ahí cuando me batió la posta: 104,200. ¡¡¡Más que ayer!!!
El técnico me garcó, gasté 140 pesos al pedo y encima cada vez peso más.
No queda otra, hay que aceptar la verdá’ por más dura que sea. Pero aún me quedaba una última carta para resignarme definitivamente.
Fui al ropero, cacé el vaquero que me había regalado el Cacho pa’ mi último cumpleaño’ e intenté ponérmelo. ¡¡¡Morada quedé!!! No me entraba ni en un tobillo. No podía ni respirar, no podía. Casi tenemos que llamar a los bomberos pa’ que me saquen los lompas de mi humanidad.
“Es hora de empezar la dieta”, pensé.
Y al otro día, al alba, estaba en lo del Dotor Cormillot, en Dieta Clú’.
-Aquí está su dieta, doña Chona – me dijo la nutricionista.
-A ver… a ver: desayuno, una tostada; almuerzo, un tomate; merienda, un diente de ajo; cena, una sopita – leía mientras puteaba por lo bajo.
Pero, les cuento, me la banqué y aguanté la dieta por… cinco horas, má’ o meno’. Tengo un humor de perros. Me quiero comer un buen choripan y de postre un kilo de helado de tramontana. Pero también tengo que hacer un esfuerzo, sino voy a llegar al verano con las dimensiones de una foca.
Mañana les cuento cómo terminé mi primer día de dieta. Porque, al final, los que van a pagar los platos rotos, con mi humor de mierda, van a ser el Cacho y el Ignacito. ¡¡¡Pobres ángeles!!!

sábado, 14 de noviembre de 2009

La Chona piquetera

Después de semejante espectáculo y mientras los “mozaicos” llevaban en andas a la Mabel, se nos acercó Pancho y muy sutilmente nos sugirió: “Bellas damas, las invitó muy gentilmente a abandonar el lugar”. Traducido al cordobé’ básico, Pancho nos quiso decir algo así como: “Viejas borrachas, váyanse a la mierda”.
Una vez en la puerta, me acordé que el Cacho me había dicho que nos habían cortado el agua. Tenía que ir a Aguas Cordobesas urgente. Pero con el aliento que tenía no podía ir ni a las casa. Imagínense… nos tomamos como tres totín entre la Matilde y yo. Calculá que caiga a Aguas Cordobesas y le diga: “… necesito que me devuelvan el agua…” “¿Pa’ qué? Si con una quirca usted está hechita, doña Chona”, me contestarían.
Paré en el primer kiosco y me compré una tabletita de chicles Beldent súper extra ultra mega fuertes. Esos que vienen con el envoltorio negro; los que te destapan las cañerías desde el tujes hasta el naso.
Apenas me metí uno a la boca parecía que estaba en el Glaciar Perito Moreno.
Dos horas tardé en llegar al Centro. Cuando llegué… Ay mamita, qué quilombo.
Había marchas contra Schiaretti, contra Giacomino, contra Juez (que ya no está en el poder), contra Cristina (de más está decirlo; hay marchas contra ella a diario), marchas del orgullo gay, una marcha nudista, la Marcha de la Bronca y la Marcha de San Lorenzo.
En eso que trataba de atravesar a la gente para poder llegar a Aguas Cordobesas me lo cruzo a Danielle.
-Eh, Danielle… ¿qué pasa? – le pregunté al titular del SUOEM.
-Estamos luchando por nuestros derechos – me dijo.
Dos metros más adelante me encuentro con Carmen Nebreda, manifestando a favor de los docentes. En el acto pensé, “si le pregunto por qué están manifestando me va a contestar lo mismo que me dijo Danielle”.
Así que apelé al humor: -Carmen… ¿dos por dos?
Nebreda no supo qué contestarme. No sé si la sorprendí o realmente no sabía las tablas.
Cuando, por fin, pude llegar a Aguas Cordobesas veo en la puerta un pequeño cartelito, escrito con lapicera, que decía: “Cerrado por falta de agua”.
"En casa de herrero, cuchío e’ plástico”, pensé. Y con el calorón que hacía, 40 grados a la sombra, paré a un heladero, fuera de servicio, que pasaba y le compré un heladazo de limón.
Cuando terminé de degustarlo leí en el envoltorio “vence 10 de diciembre…”
-Ah, tá bien” – pensé.
“… de 2004.”
-Con razón estaba fuera de servicio el guanacazo este. Pero como los municipales estaban de paro, salió a ver si podía deshacerse de la mercadería que tenía encanutada en su casa.
Volví enfurecida pa’ la marcha de los municipales y me le fui al humo al Danielle este. Lo encaré mal, le arrebaté el bombo y me puse a cantar: “…Cristina, compadre…”. Todos me siguieron el ritmo y en un instante ya estaban aunados en una sola marcha y cantando en contra de la presidenta, los municipales, los que estaban en contra de Schiaretti, los que estaban a favor, los docentes, los no docentes, los nudistas y los que marchaban por el orgullo gay.
De repente se escuchó una gran explosión. Paramos todo y pregunté a los gritos:
-¿Quién tiró una bomba de estruendo?
Nadie se hizo cargo del asunto. Mutismo total.
Sin embargo, se empezó a sentir olor a quemado. Y, pa’ colmo, muy cerca de mí. Es más, después me di cuenta. Era yo.
El helado vencido que me había vendido el heladero fuera de servicio me había fulminado. Por eso, ese estruendo, lamentablemente debo confesarles, era un pedo que se me escapó. ¡¡¡Me había cagadoooo!!!
Ahora los tengo que dejar porque estoy poniendo los calzones en el lavarropas. No se imaginan lo que fue venirme caminando veintitrés cuadras… con cuarenta y tres grados de sensación térmica… y pa’ colmo… ¡¡¡TODA CAGADAAAAAA!!!

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Chona se reúne con ex compañeras de primaria

Gracias a Dios y a la Virgen Santa, el padre de la pendeja se apiadó de nosotros y no levantó ningún tipo de cargos. Decí’ vos che… porque al otro día yo tenía la juntada con mis ex compañeras de primaria. No las veo desde que yo dejé en sexto grado pa’ irme a vivir con mi tía Inés.
Recuerdo que a la semana de instalarme en la casa de mi tía Inés, lo conocí al Carlitos, mi primer novio. Y unos años más tarde, también en la casa de la tía Inés fue que tuve mi primer relación sesual. Gracias a Dios, la tía había sido precavida y unos meses antes me había hecho colocar el diux.
Bueno, como les contaba… yo dejé la escuela primaria en sexto grado. Colegio de monjas: San Luis Gonzaga. Pero parece que mis compañeras todavía me recuerdan con cariño.
Los otros días me mandó un mensaje de texto la González, la que se sentaba en el primer banco: “Hola Chonita, tanto tiempo. Nos juntamos con las chicas del primario el miércoles a la una de la tarde en la Ruleta de Pancho”.
Allí estuve, de punta en blanco a la una menos cinco. Quería saber qué había sido de aquellas viejas compañeras de primaria. Imaginé que más de una debía haber seguido el camino religioso pero, desgraciadamente, me equivoqué.
A la primera que vi llegar, mientras esperaba en la esquina de la parrillada, fue a la Olga. La reconocí al toque, mientras se acercaba moviendo el culito encerrado en esa diminuta minifalda. “Estás igual, hija de puta…”, le grité antes de que nos fundiéramos en un abrazo.
-¿Y vó’ a que te dedicai? – le pregunté.
-Yo soy una reconocida empresaria putícola – me contestó.
-Aja – murmuré. –¿Y dónde tení tu negocio? – proseguí con el cuestionario.
-En Rioja y Cañada – me informó.
No quise hacer más preguntas… No vaya a ser cosa…
Una vez que estuvimos sentadas en la mesa me di cuenta que éramos más de veinte. Imagínense el lorerío. “Yo tomo a las tres de la tarde la pastilla para la tensión y a las siete el Alplax…”, comentaba la Tere. “Yo me tengo que teñir el pelo cada dos semanas. Tengo una peluquera que es un amor…”, contaba la Irma. Y yo no pude evitar pensar “mientras que no sea como la culiada de la Graciela Norma. Rubia me dejó la zorruda”. Y aproveché para mirarme de reojo en uno de los espejos del salón y noté que aún quedaban unos vestigios de aquel rubio erróneo.
Mientras las locas encargaban chinchulines, mollejas, falda, cabrito, lechón, vacío y una sarta de huevadas más veo que en un rincón, muy callada, estaba la Matilde sentadita y muy solita. Entonces me acerqué y le pregunté: “¿Cómo estás Matilde?”, cuando, en el acto me llamó la atención una botellita de Pritty de medio litro con un líquido incoloro, justo al lado del plato de ella. Supuse que la Matilde se habría inclinado hacia la bebida. Que se estaba dando con ginebra. Pero ante la duda le pregunté. –Decime Matilde. ¿Qué es eso que llevai en la boteita?
-Formol – me contestó con un hilo muy delgado de voz.
Mientras pensaba en voz baja “por qué no te callai Chona y la concha de tu hermá… Siempre preguntando cosas que no hay que preguntar", la Matilde me aclaró: - …El médico me aconsejó que cada veinte minutos embeba este algodón en el líquido y me lo pase por todo el cuerpo.
Estaba hecha mierda la guanaca. Yo, al lado de ella, era Sharon Stone.
Les cuento que a la media hora, más de una ya estaba rechupadaza. Incluida yo.
A las tres y media de la tarde, Pancho (el dueño del lugar) empezó a apagar las luces, recoger los mentales y todos los menesteres previos al cierre. Pero no había caso, nosotras no nos íbamos.
Minutos antes de que nos echaran, literalmente hablando, la Mabel tomó la batuta, ya muy chupada, y golpeó con la chucara la copa de vino: ¡¡¡Adenzión!!! ¡¡¡Adenzión!!! Quedidaz abigaz… Bellaz mujedez…
Pensé “esta está hablando pelotudeces. Lo de bellas mujeres de dónde mierda lo sacó. Si no había ni una que zafara del desguace”. Y antes de que yo terminara con mi pensamiento y de que ella terminara de pronunciar “mujedez” veo que su dentadura postiza hizo un movimiento zigzagueante en su comedor y salió impulsada de tal forma que terminó parando en la mesa de al lado, justo arriba del flan con dulce de leche que había pedido de postre una pareja de recién casados.
“¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Un odontólogo!!!”, pedí a los gritos, pero nadie me dio bola. Agarré la dentadura de la Mabel, le pedí disculpas a la pareja enamorada y le grité a la vieja chota: “Abrí la boca, carajo”… y le chanté la dentadura como pude. No sé de qué forma se la calcé que los colmillos le quedaron en el centro y las muelas en lugar de los colmillos. ¡¡¡Parecía un criter la culiada!!!
Al final nos quedamos con la duda de lo que nos quería decir la vieja borracha. Ahora la están llevando en andas los mozos. No puede ni dar un paso del pedo que tiene.

martes, 10 de noviembre de 2009

La Chona vende Taperwer

Cuando llegamo’ a las casa con la Lore, veo que el Cacho estaba viendo Crónica: “…Catherine Fullop se quiebra el tabique por ojotazo con olor a pata en gala de Talento Argentino…”
-¿Quién habrá sido el ridículo que le lanzó un chancletazo? – preguntaba el Cacho inocentemente.
Nos fuimos a dormir y de la Catalina esta no se habló más.
Al otro día yo tenía la reunión de Taperwer. A las cinco cayeron las chicas a casa. Yo había preparado un bizcochuelo, medio crudo, porque justo que lo estaba horneando se nos acabó la garrafa.
“Mirá lo que me compré yo…”, “…y este viene con tapita…”, “…y mirá éste, es ideal pa’ guardá’ las gaetitas de agua…” Eran los comentarios de los productos que, por suerte, se estaban vendiendo de diez.
-¡Una masa este Taperwere! – lancé. Cuando, instantáneamente, todas notamos algo en la cara de la Rosa.
-¿Qué tení ahí? – preguntó la Ayelen. Era como una especie de gota de semen incrustada sobre la ojera izquierda.
-¡¡¡No me toquei!!! ¡¡¡No me toquei!!! – gritó la loca. Y continuó: -Es mierda de serpiente. La compré en Amodil. Dicen que es güenísima pa’ las ojeras.
-No me digai – saltó la Teresa Marta. Yo me chanto saliva de gusano. Es pa’ las estrías.
-Y yo me pongo semen de delfín… Así no me salen canutos en los sobacos – confesó la Raquel.
-¿Cómo harán para masturbar a un delfín? – preguntaba la Isabel.
Medio embolada porque a mis revendedoras de Tuperwer ya les interesaba más el tema de Amodil que el de las cajitas plásticas, les dije: -Manga e’ huevonas. Todo eso es verso… Pero, ¿saben qué? ¡¡¡La placenta de tortuga es buenísima!!!
-¿Y para qué? – preguntó la Dora.
-La verdad que no sé. Pero yo me la pongo todas las noches.
Cuando estábamos en el medio de la discusión (que la concha de jirafa, o el eructo de camello eran buenos pa’ la cera de los oídos) apareció en el patio, gritando, una pendeja de no más de diecisiete años en tetitas. Digo tetitas porque la pobre pendeja no había sido bien dotada por la naturaleza.
-¡¡¡Este degenerado me quiere matar!!! – denunciaba la pendeja.
Ante los gritos del resto de las viejas que se encontraban en casa y los ojos de desorbitada que tenía yo, nadie entendía nada.
-A ver nena… respirá hondo… tapate… y decime qué te pasa… - solicité.
-¡¡¡Es que el hijo tuyo me quiere matar!!! – gritó aterrada la péndex.
Cuando veo que venía el Ignacito caminando, muy canchero, desde su pieza con los bóxers azules. Esos que le regalé pa’ la confirmación. Les juro que en ese momento me emocioné. “Todavía tiene los bóxers azules mi hijo”, pensé.
Pero volví a la realidad de inmediato: -Vení Ignacio pa’ acá. ¿Qué dice la chica que vo’ la querí matar?
-La verdad viejita, que no sé qué le pasa a la trastornada esta. Estábamos besándonos y…Mientras la nena sollozaba, el Ignacito se bajó los calzoncíos y…”Ohhh…”, “Ahhh…”, “Uyyy…” fueron algunas de las exclamaciones de las viejas.
Peló una tararira el pendejo. De inmediato pensé: “Este debe ser adoptado, porque el Cacho ni ahí”.
-¿De dónde sacaste eso? ¿La compraste en el cotillón? – le pregunté a mi hijo. Mientras se la escuchaba desde un rincón a su prima, la Lore, que se relamía: “…Mmm… Nachito…”
Sin esperar una contestación por parte del Ignacito le ordené: “Tapate… no seái sucio… No ve’ que están las chicas”.
-Por mí, no te hagai drama – dijo la Yoli.
-Ta’ todo bien – largó la Azucena.
Si serán degeneradas estas viejas calentonas. Se lo comían con la mirada al pibe.
Bue… una vez que lo mandé al Nachito pa’ la cocina, la sentamos a la chica esta en un sillón, tratamos de calmarla y le dimos unas pastiitas de semen de tortuga, que venden en Amodil, y que son buenísímas pa’ el pánico.
Ahora estamos esperando que el padre venga a buscarla. Ya le prendí dieciocho velas a San Expedito para que la chica no lo denuncie al Ignacito por portación de armas de grueso calibre.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La Chona va a Talento Argentino

Una vez que terminamos de morfarnos los sanguches de mondiola, le dije a la Lore: “Pendeja, acompañame que hoy está el cating de Talento Argentino en el Teatro de Martín”.
-¿En dónde? – me preguntó la nena.
-En lo del General – le contesté.
-¿Perón? – volvió a interrogar.
-Si serás tarada… El San Martín – aclaré.
Y pa’ allá partimos. Armamos una canastita con el mate, unos bizcochitos de grasa y una bolsa de nylon con yerba vieja secada al sol. Si hay malaria que no se note.
Llegamo’ al teatro y vimos que había como tres cuadras de cola. Había una mina que tiraba fuego pa’ arriba, otra que hablaba en jeringoso, un mago que te pedía un billete de cien, lo hacía desaparecer y después te devolvía uno de diez. En fin, había un montón de artistas.
En eso que estábamos atravesando la interminable cola, la Lore me preguntó: -¿Y vó’ tía qué lo que sabí hacé’?
-Aparte de soportarlo a tu tío yo soy una artista en potencia. Ya vay a vé’ – le dije.
Al lugar habremos llegado a eso de las tres de la tarde y a las diez de la noche estábamos recién adentro del teatro. Pero adentro había como mil monos, así que imagínense. Yo actué como a las dos de la mañana. Las ojeras me llegaban a las rodillas.
¡Cuánto talento hay en Córdoba, la puta que lo parió!!! Pasó un tipo, de unos cincuenta años, un tanto panzón, al que Guerra le preguntó: “¿Qué sabés hacer vos?”
Y el tipo contestó: “Yo sé hacer un asado de falda en cinco minutos”.
Sabé’ qué… en el acto pensé, yo con este tipo me casó. Agarró cuchillo y tenedor, prendió el fuego ahí, sobre el escenario, y en cuatro minutos y cincuenta y ocho segundos le estaba haciendo probar a Maximiliano un jugoso bocado de falda. ¡¡¡Mi amor!!!, grité en el acto. Y me miraron los encargados de seguridad. Me hice la boluda y miré para otro lado.
“Te vemos en la siguiente etapa”, le dijo la Fullop al asador y mientras el tipo se retiraba prometió hacer poio al disco en la próxima presentación.
Luego siguió una negra que bailaba cuarteto en bolas y movía las tetas al ritmo de la música, un artista plástico que hacía muñequitos con la cera de sus orejas y un artesano en moco, que construía casitas con sus propios mocos.
Cuando llegó mi turno, subí al escenario y la dulce de Cathy me preguntó: -¿Cómo te iamas tú?
-Io me llamo La Chona – respondí muy nerviosa.
-¡¡¡Qué beia La Chola!!! – trató de animarme la venezolana.
-No, Catalina. Me llamo Chona io – le aclaré a la pajuerana.
Y en el acto, Maximiliano Guerra me preguntó:-¿Y qué sabes hacer, Chona?
-Yo sé planchar, coser, cocinar, lavar a mano y, lo más difícil, administrar la economía de las casa - informé.
-A ver, muéstranos – solicitó Cathy. Y entonces llevé a cabo mi performance. Surcí dos camisas mientras cocinaba unos taiarines con queso y mientras planchaba los calzoncíos azules del Cacho. Cuando estaba por meter el flan a la heladera, el pescao de Guerra me apretó esa especie de signo más, ladeado. Sin embargo, la Cathy y el sonámbulo me dejaron seguir. ¿Cómo que qué sonámbulo? El nocturno… Ah, el nochero… Quique… Y pude terminar con mi número.
Apenas terminé, la Cathy fue la encargada de decirme lo que le parecía:
-Mira Cholita… Te ha faltado coordinar algunos movimientos, como ser: cuando sacaste la ropa del lavarropas le volcaste el caramelo hirviendo para el flan, y luego pusiste la carne en el freezer mientras metías el hielo en el horno. ¡¡¡Qué beiaaaa!!!
-Beiaa las pelotas – contesté muy enojada y le dí un patadón al aire con tanta mala suerte que se me fue la pantufla azul de mi pie derecho rumbo a la tribuna donde se encuentra el público. Pero justo en ese momento, la pelotuda de la Fullop se paró para ver qué sucedía y la pantufla le dio de lleno en el medio de la jeta y le fracturó el tabique nasal.
Se armó tal revuelo. Llegaron los paramédicos, la policía, los bomberos. Sacaron a Cathy en una camilla, chorreando sangre.
Y mientras veía cómo el resto de los integrantes del jurado y el público en general se aprestaba a retirarse del teatro, me agarró la desesperación. Y desde arriba del escenario, le grité fuertemente a Maximiliano: -¡Eh, Guerra! ¿Pasé a la próxima etapa? ¿Sí o no?

martes, 3 de noviembre de 2009

La Chona va a McDonalds

Tras dos días de no ver la luz del sol, y fuera de peligro, al Cacho le dieron de alta del Instituto Modelo de Cardiología. Todavía sin saber a ciencia cierta qué fue lo que le causó el patatuf, el Cacho está caliente, se lo nota. Fue así que apenas salimos de la clínica, paró un tasi y le pidió muy respetuosamente: “A Rioja y Cañada urgente”. El fercho puso primera y en cinco minutos nos encontrábamos en la esquina solicitada. Ahí pude ver un enorme cartel con luces de colores que titilaban. Mi sueño se había hecho realidad. El Cacho me estaba llevando a un telo. “¡¡¡Qué buen polvo!!!” era el nombre del lugar. No tardamos ni dos minutos en instalarnos en la habitación tres, que se encuentra justo al lado del lavadero, también improvisado y convertido en una pequeñísima habitación. Cuando entramos pude ver que en lugar de patas, la cama tenía tres o cuatro ladrillos cumpliendo esa función. “Por mí, que la cama sea una hamaca paraguaya… total, no la quiero pa’ dormir”, pensé. Mientras mi Cachito comenzaba a sacarme toda la ropa con olor a hospital me cantaba al oído un viejo tema de Gary: “Porque tú eres sesy…” y a mí se me caían las chabombas. Les juro que toqué el cielo con las manos. En menos de una hora tuve “tres oréganos… tres órganos… tres orgasmos”. Eso… justamente eso… tres orgasmos. Cuando, de pronto, al finalizar el tercero grité fuertemente: “¡¡¡Chomasooooo!!!”. Me acordé justo en ese momento que me había olvidado al salchicha el sábado en la peluquería. Pa’ colmo ya era martes. Y claro… el sábado me fui del local de la Graciela Norma con la preocupación de conseguir la pastillita milagrosa. El domingo estuve todo el día en la clínica con el Cacho. Los lunes no abren las peluquerías… y hoy martes, me acordé. Lo dejé al Cacho poniéndose los calzoncillos y salí volando pa’ lo de la Graciela Norma Cuafer. Cuando llegué ahí estaba, sentadito, todo teñido de colorado. Parecía la Viviana Canosa, el guanaco. Me estaba esperando. El muy hijo de puta se había tirado todo un bol de tintura preparada y había estado correteando por todo el salón. No se imaginan cómo quedaron las patitas del Chomaso marcadas por todas las paredes blancas de la pelu. Cuando apenas hizo el amague de abrir la boca para decirme que le pagara la pintura, no le di tiempo y le mandé: “Ahí tené’ vo’ Graciela Norma Cuafer… Ojo por ojo… Mirá cómo quedé yo… Me falta la pelota de fulbo y la camiseta de Colombia y soy el Pibe Valderrama con tetas”. Lo cacé al Chomaso, ahora en versión colorada, y nos fuimos pa’ las casa. Justo cuando llegábamos nosotros, llegaba el Cacho.-¡Ey, viejita! Vo’ sabé’ que me pica el bagre – me dijo el Cacho.-A mí también Cachito – le contesté.-Debe ser de tanto juntar nuestros pupos – deslizó el viejo guarango.Y en el acto propuso:-¿No querí’ que nos vamo’ pa’ Madonal? Ahí tá’ laburando la Lorena, la hija de mi primo el Augusto. Y para allá partimos. Cuando llegamos a Mc Donalds hicimos la cola como todo hijo de vecino y unos pasos antes de llegar a la caja, a la Lorena le tocó atender a un anciano italiano de aproximadamente ochenta años. -Hola querita… Quiero una cajeta feliz – solicitó el tano.-Así que vó’ queré’ una cajeta feliz. Tomá, aquí tenés… - le dijo la Lorena mientras se abría de piernas y le ponía el cara e’ gaucho en la nariz al viejo. Lamentablemente, la Lorena fue despedida del Madonal. No pude comer mi Bic Mag y nos tuvimos que ir el Cacho, la Lorena y yo a casa a preparar unos sanguches de mondiola con queso. ¡Están mortales! ¡Qué Madonal ni Madonal!Mientrás nos morfábamos los sanguchazos me atreví a preguntarle a la Lore:-Decime nena… supongo que vó’ te habrás lavado el quetejedi antes de mostrárselo al viejo, sino a esta hora lo deben estar velando al pobre tano. La nena no supo qué contestarme y siguió comiendo el sándwich.

martes, 27 de octubre de 2009

La Chona va a la peluquería

El mejor día de la semana pa’ mí es el sábado. Les confieso que me atrapa un entusiasmo que se me pone la piel de poio, se me pone, de sólo pensar que tengo que ir a la peluquería. Es el día que nos juntamos con las chicas: la Yoli, la Marta, la Yesica y muchas más…Vamos a eso de las once de la mañana y estamos volviendo a casa, má’ o meno’ a las diez de la noche, una vez que le haigamos ayudado a cerrar el local a la peluquera. Por eso, el sábado me alisté, lo bañé al Chomaso y partimos los dos pa’ la Graciela Norma Cuafer. Ella es la única que me toca los pelos y hace veinte años que voy a esa peluquería. Entre nosotros… no saben la mano que tiene, es la única que le da con el color justo para teñirme y me deja la sabiola de lujazo. Pero, lamentablemente, este sábado no fue el caso. Todavía trato de encontrarle algún justificativo al asunto pero, la verdad, que no lo hallo. Ya cuando eran má’ o meno’ las siete de la tarde y después de que dejáramos pasar a dos o tres clientas para que nosotras le pudiéramos seguir dando a la lengua, la Graciela Norma me dijo que era el turno mío. Se la notaba cansada, les confieso. Imagínense bancarse por todo un día entero a tantas viejas arpías, que no pararon de hablar por un segundo. Le dimos pa’ que tenga a todo el barrio. No saben lo que me contó la Alicia. Dice que el novio de ella se tomó por equivocación una pastillita de Viagra y hace como treinta y tres días que está con el pito parado. La yegua dice que le da al perro tres veces por día: mañana, tarde y noche. No se imaginan la envidia nuestra. Ya lo queríamos probar todos al novio de la Alicia.
-Decíme Alicia… esa pastillita que decís que se tomó el noviecito tuyo, ¿se consigue en cualquier farmacia? – le pregunté muy interesada.
-Sí, Chonita – me contestó.
-¿Y no sabé’ si va por el PAMI? – arremetí.
Luego de no saber contestarme, a la Judith se le cayó un pedo. De agrio estaba el guanaco. Enseguida pidió pasar al ñoba, y una vez que salió tuvimos que abrir todas las puertas y ventanas y hasta echar ese spray para el pelo para intentar paralizar al sujeto oloroso. No hubo caso. Por espacio de media hora el tufo nos estuvo acompañando. Yo calculo que debe haber sido por todo eso que a la Graciela Norma ya no le daban las neuronas. Entonces cuando me senté en el sillón, ella comenzó a preparar la tintura, pero la pelotuda le puso más agua oxigenada que de costumbre y… ¡¡¡quedé rubia… la concha de su hermana!!!
La Graciela Norma no sabía dónde meterse. Imagínense, nunca antes le había pasado algo semejante. “¡Quédate tranquila, Chonita! ¡Io te lo voy a solucionar!”, me dijo la guacha. Porque encima, la muy turra, habla como la Caty Fullop, pero de Villa Páez.
Enseguida me ordenó, mientras las otras yeguas que estaban esperando su turno no paraban de criticarme, a que me siente abajo del secador de pelo. Eso hice, y ella pudo empezar a atender a la Roxana, que le pedía que le cortara como la Araceli González. “El vello púbico te puede quedar como a la Araceli, zorruda”, pensaba mientras se me secaban los pelos.
Y parece ser… No. No parece ser nada. La conchuda de la Graciela Norma Cuafer se olvidó de mí y después de cuarenta y cinco minutos, cuando empezó a sentir olor a quemado, le pidió a la Olga que se fijara en la pava, si no se habían olvidado la hornalla prendida o si a la Judith no se le había caído otro pedo. Luego de buscar y buscar, sin éxito, el origen del olor, decidieron llamar a los bomberos. “Aló… Don bombero… se nos quema la peluquería”, gritó la pseudo venezolana. Y a los tres minutos y medio el autobomba y cinco efectivos se encontraban en el salón de belleza. Tras revisar minuciosamente el lugar, uno de ellos gritó eufórico “Aquí está la falla”.Y sí, la falla era la cabeza de la Chona. Se me habían incinerado los pocos pelos que tenía. Me quedaron todas motitas chiquitas, ruluditas y rubias. ¡¡¡Parezco el Pibe Valderrama!!!
Más allá de ese episodio, la Graciela Norma se quedó mal. Pero yo, aunque usted no lo crea, no. Me fui con una idea fija. Paré en la primer farmacia que había abierta y pedí: “… ejem… a ver… ando buscando… un termómetro… dos tiras de aspirinas… un Sertal… y… no, el Sertal no… las aspirinas, mejor media tira… y… dígame… ¡¡¡qué día soleado, ¿no?!!!... Hasta que al final no pude dar más vueltas y lo tuve que largar de una: “Dígame don farmacéutico. Ando buscando esas pastillitas milagrosas que levantan muertos y, sinceramente, quiero que mi marido me dé matraca por tres días seguidos sin parar. ¡¡¡Quiero placer, don boticario!!! ¿No sé si me explico?”
-Perfectamente – me dijo el boticario y me dio dos pastillitas azules.
Esa noche cuando volví a casa, preparé arroz con poio y le mezclé una de las pastillitas en el plato del Cacho. A la media hora, y mientras comíamos, vi cómo el zolcillonca del Cacho comenzaba a parecerse la Carpa Blanca, esa que los troesmas habían armado en Buenos Aires para reclamar que les aumenten el sueldo. Y a mí, les juro, se me hacía agua la boca. “Esta noche le vamo’ a dar duro y parejo”, imaginaba.
Hasta que diez minutos más tarde, al viejo se le paró. Sí, se le paró el corazón. En el prospecto decía “no suministrar a pacientes con afecciones cardíacas”. Y el Cacho tiene el corazón como el de Chiquititas… lleno de agujeritos.
Ahora estamos en el Instituto Modelo de Cardiología, tratando de revivir al Cacho. Es más, lo estamos trasladando en una camilla y yo estoy empujando la camilla tomándole el pito al viejo éste, como si fuera una palanca que viene incorporada. Y el guanaco lo tiene más parado que nunca.

viernes, 23 de octubre de 2009

La Chona tiene mascota

Más allá que el Cacho nunca más me invitó a la cancha, nunca perdió ese romanticismo del cual me enamoré aquella noche luego de que me invitara a comer un chori en la placita del cementerio. Yo ya lo venía juzgando como una semana antes. Juraba que nunca se acordaría de esa fecha tan especial. Es más, no se acuerda ni de su cumpleaños, mirá si se va a acordar que hoy cumplimos aniversario de casados. Cumplimos como una tracalada de años de estar juntos; creo que son bodas de nylon. Esa mañana nos levantamos, como todas las mañanas, pero yo cambié mi rutina para ver si el Cacho se acordaba. No fui a barrer con la Dora sino que lo dejé para más tarde. Entonces me senté en la mesa con mi marido, puse la tostadora y calenté dos o tres criollitos que habían quedado de ayer. Le cebé tres mates y nada. Pero dos segundos más tarde me miró a los ojos y me dijo: -Chonita…-Sí, mi amor… - le respondí yo.-Ya vengo. Me voy a jugar a las bochas con lo muchachos – me contestó el viejo pavo. El se fue a jugar a las bochas y yo me fui a barrer, como de costumbre, con la Dora. -¡¡¡Vó’ sabé’ Dora!!! ¡¡¡El gorriao del Cacho ni se acordó que hoy es nuestro aniversario!!!-Yo te voy a dar un consejo Chonita, te voy a dar. Ahora cuando él llegue de jugar a las bochas con esa manga de vagos, vos te ponés el baby doll ese que te pusiste en la noche de bodas y ahí él se derrite – me sugirió.-Pero Dorita… ese baby doll no me entra ni en un sobaco – finalicé.Luego de dos horas de barrido y sin encontrar solución alguna al problema, me volví resignada a casa. Mientras preparaba un guiso de lentejas lo veo entrar al Cacho con una caja de cartón de galletitas de agua que tenía un enorme moño rosa. Se me acercó, me dio un beso en la mejilla y me entregó el paquete. “Feliz aniversario viejita”, me susurró el oído. Y a mí, quieren que le diga una cosa, se me cayeron los calzones. No tardé más de dos segundos en hacer bolsa la caja para ver qué había adentro. Pero en esos dos segundos tuve tiempo para imaginarme que podría haber una licuadora o un radiograbador o una juguera. Pero no… en la caja había un perro. Sí, escucharon bien. Un perro salchicha. Eso me había regalado para nuestro aniversario el dulce de mi marido. “Y bue… por lo menos se acordó”, pensé. Y mientras el salchicha nos miraba como queriendo entender quiénes eran esos dos pelotudos que lo acariciaban empezamos a buscarle nombre al que sería de ahora en más nuestra mascota. Chomaso fue el nombre que ganó por choreada. Entonces alcé al Chomaso para acariciarlo y ahí descubrí que el tarado del Cacho le había tatuado sobre el costado izquierdo del lomo “TE HAMO CHONA”. Sí, encima escribió amo con h el analfabeto. Hablando del Chomaso… es tan fiero el pobre, pero simpático. Además, ya nos encariñamos con él. Pero vamos a tener que ver una cosa. Desde que llegó no paró de comer ni un segundo. Este bicho nos va a fundir.

jueves, 22 de octubre de 2009

La Chona va a la cancha

El estudio de ADN dio como resultado que el Ignacito era hijo del Cacho, por suerte. Ya lo había gastado al Rosario de tanto rezarle a San Expedito. Y por eso, decidimos festejar. Yo de fulbo no entiendo un pepino… pero bue… Ese día el Cacho me dijo: “Viejita, preparate unas milanga’ que nos vamo’ a la cancha, nos vamo’”.Hice unos chegusán de milanesa y partimos pa’ la cancha. El Cacho me dijo que era un partido amistoso. Para mí, creo que jugaban los Pitufos de un lado, porque tenían todos vestimenta celeste, contra unos mecánicos, ya que el Cacho creo que me había dicho que trabajaban en unos talleres.Ah, no… perdón. Ahí me dice el tumbado de mi marido que juegan Belgrano y Talleres. Apenas llegamo’ al estadio, el Cacho desplegó la bandera, saludó a Cara e’ Choque, un amigo suyo de la infancia, e ingresamos. Debo detenerme para aclarar que el verdadero nombre de este amigo es Juan Carlos pero, a modo de picardía, sus gomías le pusieron ese apodo luego de que se estrellara durante un recreo contra el vidrio de la puerta de la dirección de la escuela Mariano Moreno. Después de ese trágico episodio al Juan Carlos la cara le quedó como a un auto que venía a 100 y que debió frenar de pronto pero, de todas formas, se la dio contra una pared. Y en ese mismo establecimiento educativo se realizó el bautismo del accidentado: “Cara e’ Choque”. Bue… no nos vayamos por las ramas.Entramos a la cancha, y ni bien pasamos el molinete que te ponen en la puerta antes de hacerte bosta las entradas, se me acercó un cana y me dijo “venga que la voy a palpar”. Y el muy osceno me empezó a tocar las zonas púdicas. “Quíteme esas manos asquerosas de encima, guarango, sinvergüenza”, le grite. Una vez sentada en el medio de la popu y mientras el Cacho cantaba junto al resto de los fanáticos pude ver una inmensidad de Pitufos… chicos, grandes, Pitufinas. Por todos lados. Y cuando ingresó el árbitro, no les miento, yo creía que era Gárgamel. Mientras la hinchada coreaba “No te vayas campeón…” yo le preguntaba al Cacho “¿a dónde mierda se van estos ahora?” Y el Cacho simplemente me miraba, no me contestaba las pelotudeces que yo comenzaba a preguntar. Y comenzó el partido nomás. Y yo estaba más desorientada que la Coca Sarli sin mostrar las tetas. A los cinco minutos del primer tiempo y mientras dos jugadores disputaban una pelota en la mitad de la cancha no dudé en gritar “¡¡¡Orsaiiii!!!” Toda la popular, platea techada, platea descubierta y palcos dirigieron la vista hacia mi. A los treinta minutos recién me atreví a hacerle una pregunta al Cacho: “¿Para dónde tenemos que patear nosotros?”-Para aquel lado. ¿No te das cuenta o sos boluda voz? – largó el Cacho. Pero no me di por vencida y arremetí con esa pregunta de rigor, esa que no puede faltar en el extenso interrogatorio femenino.-Decime Cachito… vos que sos tan inteligente. ¿Qué le ven los hombres a un deporte en el cual veintidós pelotudos corren una pelota?Y fue ahí cuando no solo me contestó el Cacho, sino que se levantó todo el estadio y empezó a cantar: “Callá a La Chona, la puta que lo parió… Callá a La Chona, la puta que lo parió…”Ni lerda ni perezosa, atiné a levantarle el dedo del medio de mi mano derecha, el del fuck you. Porque vieron que los dedos ya no se llaman más como antes. Antes eran el pulgar, el índice, el medio, el anular y el meñique. Ahora todo es más práctico. Los dedos recibieron sus apodos: el gordo, el vaginal, el del fuck you, el anular (ese no cambió de nombre) y el chiquito, ese que en la infancia se comió el huevito. Cuando me vieron con el dedo levantado, todos los simpatizantes enfurecieron y el Cacho no sabía dónde meterse. “¡¡¡Chona, compadre, la concha de tu madre…!!!”, fue la respuesta repetida de la concurrencia. Durante el transcurso del cotejo apelé a mi cábala de toda la vida. Y en cada avance del adversario repetía fuertemente “Cuájale… cuájale… cuájale”, para evitar que metieran algún gol.Hasta que en el minuto 33 de la segunda parte veo que avanza un delantero, elude a dos defensores y… ¡¡¡Gooooollll!!!Cuando menos me dí cuenta, yo, La Chona, estaba subida en el paravalancha festejando el gol. “¡¡¡Vamos… griten, manga de putos!!!”, desafié. Y a lo lejos, muy a lo lejos, pudo divisar la cara de compungido, la cara de dolor, de derrota del Cacho. Era gol de los otros. Pa’ colmo, la yuta y el referí decidieron suspender el partido por falta de garantías ya que, decían, había una loca trepada al alambrado. Después de eso, el Cacho no me habló más por una semana. Y nunca, pero nunca más se le pasó por la cabeza esa delirante idea de pronunciar “Chonita, vamos a la cancha”.

domingo, 18 de octubre de 2009

La Chona festeja el Día de la Madre

El día de la madre lo disfruté a pleno. El Cacho había comprado dos tetras de Zumuva y una tirita de falda con sochoris criollos, de esos que te hacen ir al ñoba como catorce veces antes de terminarlos de comer.
Doce del día, la mesa estaba servida. El Ignacito se había encargado de prender las velas Ranchera y de poner los platos.
Yo, mientras preparaba las ensaladas, disfrutaba de un sabroso vaso de vino. Es más, lo masticaba en cada trago.
Cuando el Cacho trajo el asado casi nos agarramos a los puñetes por quedarnos con un pedazo de carne. Hicimos un brindis y nos devoramos esa jugosa falda, la que perfectamente había aprendido a asar el Cacho en sus épocas de albañil.
El único problema que hubo fue que al Cachito se le fue la mano con la sal y nos quedamos cortos con las dos cajitas de Zumuva.
Después, me sorprendió el Ignacito con un postre hecho por sus propias manos: compota.
Ni bien terminamos de saborear el postre a mi se me saltó la térmica. Lo más factible es que haya sido producto del alcohol.
-¿Sabé’ qué, Nachito? ¡¡¡Só’ adoptado!!! Y vó’, Cacho… ¡¡¡só’ cornudo!!!, vociferé mientras el Cacho se atragantaba con una miga de pan y el Ignacito empalidecía sin comprender aún lo que acababa de escuchar.
Se armó un quilombo tremendo. Nos puteábamos todos contra todos. Luego de veinte minutos de discusión me tomé el último saldo de vino, directamente del tetra, y me fui a apolillar.
Ahí quedaron, en la cocina, el Cacho y el Ignacito tratando de descifrar el enigma de La Chona.
Del pedo que tenía me desmayé, tipo tres o cuatro de la tarde del domingo, y recién me desperté el lunes a las ocho y media de la mañana. Justo a la hora del barrido.
Aún con un poco de resaca y la cabeza que se me partía, no me acordaba nada de lo que había acontecido el día anterior. Tampoco había escuchado al Cacho irse a dormir.
Me puse el enagua y me fui a la cocina a tomarme un Alikal, de esos que vienen con la pastillita que son ideales post pedum. A los quince minutos ya me había aliviado el malestar y recién en ese momento comprendí que ni el Cacho ni el Ignacito estaban en casa. “El Ignacito debe estar en la escuela, desburrándose, el pobre; y el Cacho, seguro, debe andar pelotudeando por ahí”, pensé.
Pero dos horas más tarde los veo atravesando juntos la puerta de entrada a casa.
-¿Se puede saber de dónde vienen ustedes? - pregunté.
-Sí. Venimo’ de hacernos una prueba de AND – me dijo el Cacho con cara de enojado.
-¿Y eso con qué se come? – interrogué nuevamente.
-Es un estudio pa’ saber de dónde concha viene el nene – me informó.
-¿Y qué te pasó por la sabiola pa’ ir a hacerte ese analis, paiaso? – lo increpé.
-Por todo lo que dijiste ayer, ¿o vó’ ya te olvidaste? – señaló el Cachito.
-¿Que lo qué? Si yo tenía un pedo mortal ayer – indiqué.
-Chona… no nos volaceés. Vó’ ayer dijiste que el Ignacio era adoptado y que yo era cornudo.
-¿Y ustedes me creyeron, manga de tololos? ¿No vieron que estaba rechupadaza? – traté de calmarlos.
-¿En… en… entonce’ es toda mentira? – puchereó el Cacho.
-¿Vos sos mi mamá? – preguntó el Ignacito.
-¡¡¡Claro, mis dos amores!!! – los calmé con una abrazo.
Luego se sumaron ellos abrazándome fuertemente y provocando que los tres rompiéramos en un emotivo llanto.
Ya vuelto todo a la normalidad, el Cacho se fue a comprar el diario y el Ignacito se puso en la compu a bajar unos temas del Walter Olmos. Y yo, como no tenía nada que hacer, me puse a hacer unos cálculos mentales: “Y sí… puede ser… el Ignacito tiene diecisiete año’… y con el Cacho nos casamo’ hace diecisei’… y yo ya estaba bomba… y en la despedida de soltera qué pedazo de fiesta se armó… y yo estuve con el Rubén despidiéndome de la vida de soltera… Y… ¿el Ignacito será hijo del Cacho? ¿o me habrán llenado la cocina de humo esa noche? ¡¡¡Qué despiplume, mi Dios!!! Le voy a prender velas a San Expedito y a esperar el resultado del ATN… NAD… AND… ¡¡¡ADN!!!

sábado, 17 de octubre de 2009

La Chona se fuma un porrito

Luego de haber superado ¿con éxito? el altercado del autobomba y mi momento de calentura provocado por la comida afrodisíaca que el Cacho había preparado, yo, la Chona, me fui a apolillar.
Al otro día, cuando me levanté, no dudé ni un segundo en ir a buscar a la Dora, mi compañera de barrido. Hay a veces que nos ponemos a barrer por cuatro o cinco horas y le damos duro y parejo a todos los que viven en el barrio.
En esta oportunidá’ quería saber qué habían dicho las viejas arpilleras después de que yo me subiera al autobomba.
Me puse el delantal que me regaló el Ignacito, tomé la escoba, chupeteé dos o tres veces un mate amargo y fui a tocarle el timbre a la Dora.
Ahí salió la Dora, con la boca súper pintarrajeada de rojo, a las nueve y media de la mañana, de escoba y de cartera.
-De aquí me voy al walmar – me dijo.
-¿Te vai a comprá’, Dora? – pregunté.
-Sí. Tengo que comprar unos tapones – me informó.
-¿Tené’ problema con la luz? – volví a interrogar.
-No. Tengo problemas con la cuevita… Tampones necesito – me confesó.
-Ahhhhhhhhhh – y no volví a preguntar nada más.
-Che, Dorita… vos sabés que el pelado de la otra cuadra, viste el de la casita beige… bue… se la está volteando a la rubiecita de acá enfrente. Todas las noches a la hora en que yo salgo a sacar la basura lo veo entrar. Y más tarde, cuando salgo a putear a los gatos y a los perros que me rompen las bolsas, lo veo salir muy peinadito. Bah, qué digo peinadito, si no tiene ni un pelo.
Justo que estábamos en ese momento que a nosotras nos encanta, el de darle a la lengua sin parar, me sonó el celular.
-¡Qué buen ringtone! – largó la Dora.
“La vecinita tiene antojo…”, sonaba el celular esperando a que yo lo sacara del bolsillo del delantal para atender esa llamada.
-¡¡¡Hable…!!! – atendí muy cordialmente.
-Si, señora… le hablamos de la Escuela Superior de Comercio Jerónimo Luis de Cabrera. Le está hablando la Directora, Matilde Ferraro, y es para comunicarle que a su hijo, Ignacio, lo hemos pescado masturbándose en el baño del establecimiento. Necesitamos hablar con usted lo antes posible – me solicitó la docente.
-Quédese tranquila señorita maestra. Me saco el delantal y salgo volando pa’ allá – le informé a la directora. Y paradójicamente me fui volando.
Un estado de nervios se apoderó de mi, de tal forma que no sé qué le contesté a la Dora cuando me preguntaba “¿te pasa algo?”
Inmediatamente después del llamado y luego de veinticinco años sin fumar, me dieron unas ganas irrefrenables de fumarme un cigarrillo. Pero no tenía ni uno y tampoco tenía un peso para comprarme una etiqueta. Debía calmar mi ansiedad y mis nervios. Por eso fui al ropero del Cacho, que de vez en cuando se fuma un puchito, y empecé a hurgar. Después de revolver unos cuantos calzoncillos amarillentos y un par de medias agujereadas encontré una etiqueta de Saratoga que debía tener, aproximadamente, siete años. Saqué un cigarillo, lo encendí y le pegué una profunda pitada que me llenó de humo los pulmones.
Luego de la segunda seca, comencé a experimentar una sensación de comezón en los pies, más tarde a no sentirlos y después a creer que estaba flotando. Comencé a divagar y a reírme sola mientras miraba el velador; ese feo velador que compramos cuando nos casamos ahora había adquirido la forma de un elefantito multicolor muy divertido.
Me apresuré a arreglarme mientras todo daba vueltas por mi cabeza. Alcancé a ponerme una remera fucsia con unas calzas lilas y tacos altos, y salí.
Paré el colectivo de un solo silbido. Me sorprendió que ahora dejen conducir a los animales. El chofer tenía cara de jirafa con camisa celeste.
Al llegar al establecimiento educativo me atendió el portero.
-Busco al señor Sarmiento Domingo Faustino – le informé.
En el acto se me acercó la directora y me dijo:
-Mire señora. Esto no puede seguir. Va a tener que encasillar a su hijo…
Y mientras ella me hablaba yo dibujaba autitos sobre el escritorio y amenazaba con tirar todas las carpetas al suelo.
-No ze ponga loca… directorcita… Disfrute de la vida – le dije muy dulcemente mientras la abrazaba y le daba un beso en la mejilla.
Los ojos desorbitados de la educadora daban a entender que no comprendía con qué espécimen de madre estaba tratando.
Cuando volví a casa, en ese estado de paz eterna, me senté en la mesa junto al Cacho y le comenté: “Cachito… esos puchos que vó’ tení en el ropero deben estar vencidazos. Deben haber expirado. Me fumé uno y casi chau pinela”.
-¿Que te fumaste qué? – me preguntó el Cacho.
-Un Saratoga de esos que tení encanutados hace como mil años.
-No, viejita. Esos son unos porritos que me quedaron de mi época de hippie – me informó el Cacho.
-Con razón me pegaron tan bien. Parece que hubiera tomado como dieciséis Alplax juntos.
El Cacho se me acercó, me abrazó, me contuvo y al cabo de diez minutos estábamos compartiendo un porrito mientras nos moríamos de risa con una película de guerra.

jueves, 15 de octubre de 2009

La Chona y los bomberos

Hasta que el Cacho se enteró de nuestro paradero pasamos como tres días en cana. Claro, el guanaco ni se preocupó tampoco. ¿Se habrá dado cuenta que faltaba algo o, mejor dicho, alguien en las casas? Se debe haber pasado todo el día viendo partidos el vago ese.
Ayer, mientras me dormía una siestita en la celda, me despertó una chinche que saltaba arriba de mi panza. De un solo tincazo la muy hija de puta no saltó más. Pero me pica todo ahora.
Ahí viene el Tony, el boga amigo del Cacho.
-Hola don boga… ¿todo en orden?
-Sí, Chona. Está usted en libertad.
-¿Y con la Marta qué hacemo’?
-También queda en libertad.
-Che, Marta. Otra vez que se te ocurra chorearte algo te voy a romper el culo a patadas, ¿me entendiste? – amenacé a la Marta.
-‘Ta bien – me respondía la guacha mientras se rascaba el sobaco izquierdo.
Una vez en libertad le pedí al Tony que nos acercara en su lujoso auto a la farmacia más cercana. También le pedí que me prestara unas cuantas monedas y así pude comprar un tarro de Nopucid y dos desodorantes, uno para la Marta y el otro para mí. Y seguimos para casa nomás.
Cuando llegamos, yo lo saludé y le agradecí al Tony mientras la Marta se quedó tratando de conquistarlo. ¡¡¡A esta hija de puta le gustan todos!!!
Cuando entré a casa lo veo al Cacho, con la Mona al mangazo, y cocinando un pollo con papas. Parecía no haberse dado ni cuenta que yo estuve ausente por tres días. Y lo confirmé dos segundos más tarde.
-Hola Chonita. ¿De dónde venís? ¿Fuiste al súper? – me preguntó el sorete.
-No. Anduve de gira artística, pedazo de otario – le contesté.
Me pegué un bañazo de esos que te arrugan toda la piel. Cuando salí parecía de 92 años.
Al salir del baño, el divino del Cacho ya tenía la mesa preparada. La verdad que el pollo estaba de re chupete. Y el sabandija del Cacho no me dijo nada, pero había preparado unas ensaladas afrodisíacas.
Cuando ya me estaba haciendo efecto en el cuerpo, cuando ya lo miraba al Cacho con ganas de arrancarle esa camisa azul a la que le falta el botón del medio nos dimos cuenta que el pelotudo se había olvidado la hornalla prendida y había agarrado fuego el repasador de los ocho agujeros. Así distinguimos los repasadores: tenemos uno de tres agujeros, otro de seis y el de ocho.
Cuando el Cacho atinó a apagar la hornalla ya era tarde. Habían prendido fuego las cortinas, los geranios de arriba de la mesada y el delantal nuevo que me regaló Ignacito para mi cumpleaños.
Lo único que atiné a hacer fue llamar a los bomberos. En menos de diez minutos ya estaban en nuestro hogar. Desplegaron una escalera interminable, bajaron como cinco efectivos e ingresaron hacia el domicilio una enorme, larga y regordeta manguera, la que, producto de las ensaladas afrodisíacas, me calentó. Y me calentó aún más cuando empezó a salir el poderosísimo chorro de agua.
Mientras los bomberos intentaban sofocar el incendió, yo me escurrí entre ellos y desaparecí. Recién se dieron cuenta de dónde me encontraba cuando uno de los vecinos pidió que llamáramos a la policía porque me había puesto a bailar en lo más alto del autobomba totalmente en pelotas al grito de “Tirame agua papito y haceme tuya”.
La calentura no cesaba pero sí pude ver cómo el Cacho se hacía el boludo cuando uno de los bomberos le preguntaba quién era la loca que estaba bailando en bolas.
-No sé. Este barrio está lleno de putas – afirmaba el Cacho.
Pero ante el grito mío que exigía “Tirame agua papito…”, un bomberito muy joven, recién ingresado a la fuerza y presuntamente excitado, cumplió con mi ruego. Apuntó con la manguera a la altura del pecho, bien el medio de las dos gomas, y le dio paso al agua. Cuando el chorro impactó en mis tetas me di cuenta que la presión era tal que no la pude soportar y terminé cayendo desde el techo del autobomba hacia el otro lado del rodado. Casi me desnuqué.
-Estoy bien… estoy bien…- intenté disimular, pero nadie me creyó.
Yo no sé si fue el agua o el golpe, o las dos cosas juntas, pero la calentura ya cesó. Pobre Cacho, ahora él me anda corriendo porque también comió ensalada y la quiere poner a plazo fijo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La Chona va al yopin

Después de haber aguantado más de dos horas en el sanatorio salió el médico del quirófano, totalmente ensangrentado y me dijo, muy preocupado: “Señora… hicimos lo que pudimos”.
A mí se me cayeron las medias, se imaginan. Empecé a temblar y mientras el Ignacito me abrazaba le pregunté:
-¿Pe… pe… pe… pero qué es lo que pasó, dotor?
-No le pudimos quitar la erección, me dijo el médico.
Me pasé todo el fin de semana poniéndole hielo en las bolas al Cacho. A los dedos de mi mano no los puedo ni doblar de lo congelados que los tengo.
Hasta que el sábado a la tarde me harté. Lo miré fijo al Cacho y le ordené: “Agarrate la bolsa de hielo vos que yo me voy a la mierda”.
-¿A dónde vas? – me preguntó.
-Me voy al yopin con la Marta. Vamo’ a ver unas medibachas que le hacen falta a ella y unos ruleros para mí. Dame las llaves del auto.
Agarré el Torino, le puse primera, puse el musiquero al mango con Cachumba y me fui a buscarla a la Marta.
Ahí salió la loca… con una remerita de leopardo. No dudé ni un segundo en gritarle: “Eh, yegua… ¿a dónde te pensá’ que vamo’? ¡¡¡Nos vamo’ al yopin, o vamo’!!! ¡Eso dejalo para la Feria Latina!
Cuando llegamo’ al yopin, el Torino empezó a largar humo por todos lados. No sé si el loco se calentó al verla a la Marta con esa remerita o el pelotudo del Cacho no le echó agua desde que lo compró. La cuestión es que la Marta me tranquilizó: “Dejame que a esto lo arreglo yo”. La muy puta se estiró el escote, se acomodó el ñocorpi con la intención de que se le notara que se le salía de la remerita, se pintó la trucha de rojo furioso y encaró al guardia de seguridad.
No pasaron dos segundos que la Marta venía camino al auto con el guardia tomado de la cintura. El buen hombre nos pudo solucionar el problema y, como recompensa, la Marta le dio su número de celular.
Estuvimos más de tres horas dando vueltas por el yopin, sin comprar nada porque la tarjeta de crédito no tenía saldo. Entonces, nos fuimos al súper a comprar las cosas para la cena con los veinte pesos que tenía en el bolsillo. Mientras metía en el changuito dos latas de alverjas, medio kilo de zanangorias y cien gramos de mondiola veo que el guardia del súper traía del brazo a la Marta. En el acto pensé que ahora se lo había levantado al seguridad de ese lugar. Pero no. La muy estúpida intentó chorearse una barrita de cereales. Cuando se la metió entre las tetas la vio el guardia y ahí sí que no hubo número de teléfono celular que la salve.
Mejor dicho, que nos salve. Ahora estamos en el móvil policial rumbo a la seccional once. Amigos, díganle al Cacho que me llame al Tony, el abogado amigo de él.

martes, 13 de octubre de 2009

La Chona entre el súper y el sanatorio

Esto de haber incursionado en el mundo periodístico escribiendo para la revista La Vecindá' me tiene a mal traer. Pa' colmo, ahora el blog, en donde comparto mis actividades diarias con ustedes. No se imaginan cómo tengo las várices... a punto de explotar de tanto laburo que tengo.
Decí que el Cacho me da una mano porque no tengo ni tiempo de tender las camas. Gracias a Dios que el Ignacito ya es grandecito y se lava los calzoncillos cuando se ducha. Es decir, cada dos semanas. Pero a veces les quedan algunas manchas rebeldes, que no quiero ni preguntar de qué son, que los tengo que poner en el lavarropas y largarle más o menos dos o tres kilos de jabón en polvo.
Esta mañana me levanté temprano, me preparé un yerbeado y esperé a que el Cacho dejara de roncar. Mientras tanto, hice la lista del supermercado: un Raid mata moscas y mosquitos dengueros, otro Raid mata cucarachas cajetudas, sacar diez o doce fósforos de una caja sin que se dé cuenta el repositor externo, ponerme desodorante Polyana en el sector de perfumería porque ya estoy juntando unos cuantos enanos, pasar quince veces por el sector donde está la promotora de Gancia haciendo probar un copetín. Seguir haciendo las comprar antes de chuparme por completo con el Gancia. Un escobillón: muy importante, no me puedo ir del super sin el escobillón. Al que tengo en casa sólo le queda la madera y no puedo salir a la calle a chusmear solamente con la madera. Queda mal. No es cool. Ma' o meno', esto suma 33,25.
Pero el problema se me presentó cuando llegué a la caja: 58,70 me dijo la cajera mientras sonreía. Me pregunto yo de qué se ríe la pelotuda esta. ¿No se da cuenta de que no me alcanza la plata para pagar las compras que encima me sonríe?
Inmersa en un ataque de histeria le dije: Che papudita... ¿por qué no te arreglás el canino que lo tenés careado?
Santo remedio; se le borró la sonrisa en el acto. Y después seguí: ahora sacame el yogurt, los huevos y el salame del Cacho.
Cuando llegué a casa con tres pelotudecitas que me costaron casi cuarenta mangos veo una ambulancia del 107 parada en la puerta de mi casa. Largué la bolsa a la bosta y corrí a ver de qué se trataba. El Ignacito había llamado al servicio de emergencias porque el pajero del Cacho se había calentado viendo el Venus 24 horas y la erección no paró nunca. Cinco horas estuvo el viejo con el pingo en alto.
Ahora estamos en el sanatorio esperando a ver qué van a hacer con la porquería del Cacho. Hay dos opciones: o se la cortan o la doblan como si fuera un caño. Después les cuento.

Me presento: yo soy La Chona

Hola… hola… Me presento: yo soy la Chona, de ahora en más La Vecina Chusma. Porque yo sé todo, soy como el Pequeño Larousse Ilustrado. Conozco cada movimiento de lo que sucede en el barrio. Y ahora que voy a tener página, no será un página güeb pero es lo que hay.
Los otros días me llamó la gente de La Vecindá’ y me dijo: “Oiga Chona… Mire, vea… Necesitamos que nos cuente algunas infidencias, algo de lo que sucede en el barrio y en el ambiente del espectáculo”.
Porque, les cuento, la gente de La Vecindá’ es bien bobina y sabe a quién va a contratar.
Así que guarda el hilo que yo no duermo.
Pa’ colmo, ya tengo mai, así que escríbanme. ¡¡¡Qué plato!!! Estoy re cibernética.
¡¡¡Qué quilombasazo papá!!! Al tema de la ley de medios creo que no la entiende ni el Néstor. Antes pedían que cambiaran la ley de la época de la dictadura, ahora no. ¿Qué hacemo’ entonces? Espero que no me saquen la Popular porque ahí sí que se arma. ¿Me escuchaste Cristinita?
Otro dramón es el tema del horario. Ya empezamos de vuelta con que hay que adelantar las agujas, con que hay que atrasarlas, con que Felpetto no quiere. Y a todo esto, creo que con este cambio San Luis queda como tres días adelantado.
Ay, les cuento… los otros días tocó La Barra en el Orfeo. Y… ¿saben qué? El Cacho me invitó. Vendió un par de alpargatas viejas que tenía por ahí y fue a comprar las entradas. Se preparó un termo de fernet con Suitty y allá partimos. No saben cuánto bailamos, me quedaron las cachas ardiendo.
Uy, Dora… ¡¡¡la hora que es!!! Pero no sé si es antes o después del cambio de horario. Da igual. No barrí ni una hoja. La dejo porque se me pegan los fideos.
¡¡¡Cacho… apagá la hornallaaaa!!! Hablando de hornalla… ¿sabe usted que me llegó la factura del gas? Una locura, con el aumento me llegó la friolera de un millón quinientos mil… ¿Pesos? No, no… Australes.