miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Chona adelgazó

¡Tré’ días estuve en el hospital! Imagínense. No me quedó otra que bajar de peso.
¡¡¡Tré’ días a calabacín!!! Veo un calabacín y lloro.
Apenas llegué a las casa, lo primero que hice fue encerrarme en el baño. Agarré la balanza y me le paré encima, me le paré. Increíblemente la guanaca esta marcaba por debajo de los tres dígitos. ¡¡¡Se había arreglado!!!
Claro, cuando quise ponerme los Calvin Klein que el Cacho me había regalado pa’ cuando cumplí 33 me quedaban llorando, me quedaban. Cacé la blusa azul que uso siempre y me la probé. Era un lamento. Me bailaba.
Me paré, pensativa, frente al espejo y reflexioné: “No tengo qué ponerme”. “Estoy en pelotas”. Sin dudarlo ni un segundo más, empecé a manotear y a bolsiquear en los pantalones y los sacos del Cacho hasta que tanteé, intercepté, encontré, hallé un plástico.
Porque, convengamos que las mujeres tenemos un olfato especial para ese tipo de plásticos, los detectamos al toque. Y sí, cuando lo saqué del bolsillo efectivamente era el plástico que andaba necesitando.
-Hola Dora… ¿qué acelga? En cinco te paso a buscar así vamo’ al yopin. Vamo’ a reventarle la tarjeta al Cacho – la llamé por teléfono, en carácter de urgencia.
Cuando llegué con el tasi a la casa de la Dora ya estaba la loca esperando en la puerta, de punta en blanco. Porque también tenemos que reconocer que para lo único que somos puntuales las mujeres es para ir al yopin, de compras, a delirarnos la tarjeta o el efectivo. Da igual.
No se imaginan lo que fue nuestro paseo por el Nuevocentro. Fue pura felicidad. ¡¡¡Estábamos en el Paraíso!!!
Me compré una cartera y una más chiquita pa’ la Dora. Después me fui a Giordano a que me retocara un poco las grenchas y la Dora se hizo la permanente. Más tarde me compré un coiar, y pa’ la Dora un par de aritos. Fuimo’ al cine, a tomar un helado, a comer al Madonal’s.
Después volvimos al Giordano y tras gritarle “No me peguen… soy la Chona”, le pedimos que nos esculpiera las uñas. Al plástico, paradójicamente, lo hicimes de plástico.
Estaba de tan buen humor, en medio de mi terapia de compras, que hasta bromeé con las vendedoras.
-¿Con qué va a pagar? – me preguntaron cuando compraba el Slender Shaper, qué no sé en qué preciso momento lo voy a utilizar.
-Con Forni Card – sonreí.
-Usted se lo puede poner ya y mientras pasea por el shopping sus abdominales trabajan – me aconsejó la vendedora.
Eso hice. Parecía La Momia caminando por el shopping. Me temblaban desde la punta del dedo gordo hasta las pestañas postizas, me temblaban.
Cuando llegamo’ al Patio de Comidas se acercó una camarera y nos preguntó:
-¿Qué se van a servir?
-Dos ensaladas de la casa – pedí toda temblorosa.
-¿Se siente bien? – me preguntó la joven.
-Slender Shaper – le informé mientras me castañeteaban los dientes.
-Ah… es buenísimo. Yo también lo uso – me informó la joven muy entusiasmada.
Y se notó realmente que lo usaba cuando nos traía el pedido. Se ve que el roce del aparato con la bandeja hizo que el Slender Shaper pasara a un nivel más rápido, por lo que el temblequeo de la camarera aumentó considerablemente, perdió el equilibrio y allá fueron las dos Cocas Zero, las ensaladas de la casa… ¡¡¡y la camarera!!!
Una vez que terminamos de saborear las exquisitas y abundantes ensaladas de la casa (yo creo que la tapita de la Coca era más grande que el plato en donde estaba la ensalada) llamamos a la moza, que a esta altura estaba parchada por todos lados.
-¿Te hiciste algo querida? – pregunté un tanto preocupada.
-Me hice teta – me dijo la pendeja.
-Tomá, cobrate – le dije mientras le extendía mi brazo con el plástico en mi mano derecha; que ya a esta hora de la tarde el plástico ya estaba hecho de goma.
-Pero esta no es una tarjeta de crédito. Es de débito. – me dijo muy canchera la mocosa.
-Y bue… pa’ el caso es lo mismo. Cobrate de ahí. – le respondí.
Al cabo de cinco minutos la veo venir a la chica esta, que ya a esta altura no me caía tan simpática como al principio. Venía ya con la curita de la ceja derecha medio despegada, tapándole el ojo y esquivando mesas.
-Seora… no tiene saldo, no tiene – me dijo encabronada.
-Pelá la billetera Dora – le grité a mi compañera de compras.
Y haciendo pucheros, la Dora me murmuró: - No tengo ni un cospel Chonita.
-Bueno no importa. Tomá, quedate con esto pendeja y usalo con tu novio – le dije mientras manoteaba una de las bolsas que tenía un baby dol. Un baby dol en el cual podían entrar, por lo menos, tres pendejas del tamaño de la camarera.
Ya solucionado el asunto decidimos volver pa’ las casas, pero a pata. No teníamos ni pa’ el tasi. Cuando estábamos a mitad de camino entre el yopin y las casa me puse a pensar cómo habíamos pagado todas las cosas que habíamos comprado si esa no era una tarjeta de crédito.
Y en el acto, no pasaron ni dos milésimas de segundo, me di cuenta:
-Dora… ¡¡¡le hicimo’ bosta el sueldo, el aguinaldo y las asignaciones familiares al Cacho, le hicimo’ bosta!!! ¿Vo’ tení una cama de sobra en tu casa? ¡Yo a la mía no vuelvo ni mamada!




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