martes, 27 de octubre de 2009

La Chona va a la peluquería

El mejor día de la semana pa’ mí es el sábado. Les confieso que me atrapa un entusiasmo que se me pone la piel de poio, se me pone, de sólo pensar que tengo que ir a la peluquería. Es el día que nos juntamos con las chicas: la Yoli, la Marta, la Yesica y muchas más…Vamos a eso de las once de la mañana y estamos volviendo a casa, má’ o meno’ a las diez de la noche, una vez que le haigamos ayudado a cerrar el local a la peluquera. Por eso, el sábado me alisté, lo bañé al Chomaso y partimos los dos pa’ la Graciela Norma Cuafer. Ella es la única que me toca los pelos y hace veinte años que voy a esa peluquería. Entre nosotros… no saben la mano que tiene, es la única que le da con el color justo para teñirme y me deja la sabiola de lujazo. Pero, lamentablemente, este sábado no fue el caso. Todavía trato de encontrarle algún justificativo al asunto pero, la verdad, que no lo hallo. Ya cuando eran má’ o meno’ las siete de la tarde y después de que dejáramos pasar a dos o tres clientas para que nosotras le pudiéramos seguir dando a la lengua, la Graciela Norma me dijo que era el turno mío. Se la notaba cansada, les confieso. Imagínense bancarse por todo un día entero a tantas viejas arpías, que no pararon de hablar por un segundo. Le dimos pa’ que tenga a todo el barrio. No saben lo que me contó la Alicia. Dice que el novio de ella se tomó por equivocación una pastillita de Viagra y hace como treinta y tres días que está con el pito parado. La yegua dice que le da al perro tres veces por día: mañana, tarde y noche. No se imaginan la envidia nuestra. Ya lo queríamos probar todos al novio de la Alicia.
-Decíme Alicia… esa pastillita que decís que se tomó el noviecito tuyo, ¿se consigue en cualquier farmacia? – le pregunté muy interesada.
-Sí, Chonita – me contestó.
-¿Y no sabé’ si va por el PAMI? – arremetí.
Luego de no saber contestarme, a la Judith se le cayó un pedo. De agrio estaba el guanaco. Enseguida pidió pasar al ñoba, y una vez que salió tuvimos que abrir todas las puertas y ventanas y hasta echar ese spray para el pelo para intentar paralizar al sujeto oloroso. No hubo caso. Por espacio de media hora el tufo nos estuvo acompañando. Yo calculo que debe haber sido por todo eso que a la Graciela Norma ya no le daban las neuronas. Entonces cuando me senté en el sillón, ella comenzó a preparar la tintura, pero la pelotuda le puso más agua oxigenada que de costumbre y… ¡¡¡quedé rubia… la concha de su hermana!!!
La Graciela Norma no sabía dónde meterse. Imagínense, nunca antes le había pasado algo semejante. “¡Quédate tranquila, Chonita! ¡Io te lo voy a solucionar!”, me dijo la guacha. Porque encima, la muy turra, habla como la Caty Fullop, pero de Villa Páez.
Enseguida me ordenó, mientras las otras yeguas que estaban esperando su turno no paraban de criticarme, a que me siente abajo del secador de pelo. Eso hice, y ella pudo empezar a atender a la Roxana, que le pedía que le cortara como la Araceli González. “El vello púbico te puede quedar como a la Araceli, zorruda”, pensaba mientras se me secaban los pelos.
Y parece ser… No. No parece ser nada. La conchuda de la Graciela Norma Cuafer se olvidó de mí y después de cuarenta y cinco minutos, cuando empezó a sentir olor a quemado, le pidió a la Olga que se fijara en la pava, si no se habían olvidado la hornalla prendida o si a la Judith no se le había caído otro pedo. Luego de buscar y buscar, sin éxito, el origen del olor, decidieron llamar a los bomberos. “Aló… Don bombero… se nos quema la peluquería”, gritó la pseudo venezolana. Y a los tres minutos y medio el autobomba y cinco efectivos se encontraban en el salón de belleza. Tras revisar minuciosamente el lugar, uno de ellos gritó eufórico “Aquí está la falla”.Y sí, la falla era la cabeza de la Chona. Se me habían incinerado los pocos pelos que tenía. Me quedaron todas motitas chiquitas, ruluditas y rubias. ¡¡¡Parezco el Pibe Valderrama!!!
Más allá de ese episodio, la Graciela Norma se quedó mal. Pero yo, aunque usted no lo crea, no. Me fui con una idea fija. Paré en la primer farmacia que había abierta y pedí: “… ejem… a ver… ando buscando… un termómetro… dos tiras de aspirinas… un Sertal… y… no, el Sertal no… las aspirinas, mejor media tira… y… dígame… ¡¡¡qué día soleado, ¿no?!!!... Hasta que al final no pude dar más vueltas y lo tuve que largar de una: “Dígame don farmacéutico. Ando buscando esas pastillitas milagrosas que levantan muertos y, sinceramente, quiero que mi marido me dé matraca por tres días seguidos sin parar. ¡¡¡Quiero placer, don boticario!!! ¿No sé si me explico?”
-Perfectamente – me dijo el boticario y me dio dos pastillitas azules.
Esa noche cuando volví a casa, preparé arroz con poio y le mezclé una de las pastillitas en el plato del Cacho. A la media hora, y mientras comíamos, vi cómo el zolcillonca del Cacho comenzaba a parecerse la Carpa Blanca, esa que los troesmas habían armado en Buenos Aires para reclamar que les aumenten el sueldo. Y a mí, les juro, se me hacía agua la boca. “Esta noche le vamo’ a dar duro y parejo”, imaginaba.
Hasta que diez minutos más tarde, al viejo se le paró. Sí, se le paró el corazón. En el prospecto decía “no suministrar a pacientes con afecciones cardíacas”. Y el Cacho tiene el corazón como el de Chiquititas… lleno de agujeritos.
Ahora estamos en el Instituto Modelo de Cardiología, tratando de revivir al Cacho. Es más, lo estamos trasladando en una camilla y yo estoy empujando la camilla tomándole el pito al viejo éste, como si fuera una palanca que viene incorporada. Y el guanaco lo tiene más parado que nunca.

viernes, 23 de octubre de 2009

La Chona tiene mascota

Más allá que el Cacho nunca más me invitó a la cancha, nunca perdió ese romanticismo del cual me enamoré aquella noche luego de que me invitara a comer un chori en la placita del cementerio. Yo ya lo venía juzgando como una semana antes. Juraba que nunca se acordaría de esa fecha tan especial. Es más, no se acuerda ni de su cumpleaños, mirá si se va a acordar que hoy cumplimos aniversario de casados. Cumplimos como una tracalada de años de estar juntos; creo que son bodas de nylon. Esa mañana nos levantamos, como todas las mañanas, pero yo cambié mi rutina para ver si el Cacho se acordaba. No fui a barrer con la Dora sino que lo dejé para más tarde. Entonces me senté en la mesa con mi marido, puse la tostadora y calenté dos o tres criollitos que habían quedado de ayer. Le cebé tres mates y nada. Pero dos segundos más tarde me miró a los ojos y me dijo: -Chonita…-Sí, mi amor… - le respondí yo.-Ya vengo. Me voy a jugar a las bochas con lo muchachos – me contestó el viejo pavo. El se fue a jugar a las bochas y yo me fui a barrer, como de costumbre, con la Dora. -¡¡¡Vó’ sabé’ Dora!!! ¡¡¡El gorriao del Cacho ni se acordó que hoy es nuestro aniversario!!!-Yo te voy a dar un consejo Chonita, te voy a dar. Ahora cuando él llegue de jugar a las bochas con esa manga de vagos, vos te ponés el baby doll ese que te pusiste en la noche de bodas y ahí él se derrite – me sugirió.-Pero Dorita… ese baby doll no me entra ni en un sobaco – finalicé.Luego de dos horas de barrido y sin encontrar solución alguna al problema, me volví resignada a casa. Mientras preparaba un guiso de lentejas lo veo entrar al Cacho con una caja de cartón de galletitas de agua que tenía un enorme moño rosa. Se me acercó, me dio un beso en la mejilla y me entregó el paquete. “Feliz aniversario viejita”, me susurró el oído. Y a mí, quieren que le diga una cosa, se me cayeron los calzones. No tardé más de dos segundos en hacer bolsa la caja para ver qué había adentro. Pero en esos dos segundos tuve tiempo para imaginarme que podría haber una licuadora o un radiograbador o una juguera. Pero no… en la caja había un perro. Sí, escucharon bien. Un perro salchicha. Eso me había regalado para nuestro aniversario el dulce de mi marido. “Y bue… por lo menos se acordó”, pensé. Y mientras el salchicha nos miraba como queriendo entender quiénes eran esos dos pelotudos que lo acariciaban empezamos a buscarle nombre al que sería de ahora en más nuestra mascota. Chomaso fue el nombre que ganó por choreada. Entonces alcé al Chomaso para acariciarlo y ahí descubrí que el tarado del Cacho le había tatuado sobre el costado izquierdo del lomo “TE HAMO CHONA”. Sí, encima escribió amo con h el analfabeto. Hablando del Chomaso… es tan fiero el pobre, pero simpático. Además, ya nos encariñamos con él. Pero vamos a tener que ver una cosa. Desde que llegó no paró de comer ni un segundo. Este bicho nos va a fundir.

jueves, 22 de octubre de 2009

La Chona va a la cancha

El estudio de ADN dio como resultado que el Ignacito era hijo del Cacho, por suerte. Ya lo había gastado al Rosario de tanto rezarle a San Expedito. Y por eso, decidimos festejar. Yo de fulbo no entiendo un pepino… pero bue… Ese día el Cacho me dijo: “Viejita, preparate unas milanga’ que nos vamo’ a la cancha, nos vamo’”.Hice unos chegusán de milanesa y partimos pa’ la cancha. El Cacho me dijo que era un partido amistoso. Para mí, creo que jugaban los Pitufos de un lado, porque tenían todos vestimenta celeste, contra unos mecánicos, ya que el Cacho creo que me había dicho que trabajaban en unos talleres.Ah, no… perdón. Ahí me dice el tumbado de mi marido que juegan Belgrano y Talleres. Apenas llegamo’ al estadio, el Cacho desplegó la bandera, saludó a Cara e’ Choque, un amigo suyo de la infancia, e ingresamos. Debo detenerme para aclarar que el verdadero nombre de este amigo es Juan Carlos pero, a modo de picardía, sus gomías le pusieron ese apodo luego de que se estrellara durante un recreo contra el vidrio de la puerta de la dirección de la escuela Mariano Moreno. Después de ese trágico episodio al Juan Carlos la cara le quedó como a un auto que venía a 100 y que debió frenar de pronto pero, de todas formas, se la dio contra una pared. Y en ese mismo establecimiento educativo se realizó el bautismo del accidentado: “Cara e’ Choque”. Bue… no nos vayamos por las ramas.Entramos a la cancha, y ni bien pasamos el molinete que te ponen en la puerta antes de hacerte bosta las entradas, se me acercó un cana y me dijo “venga que la voy a palpar”. Y el muy osceno me empezó a tocar las zonas púdicas. “Quíteme esas manos asquerosas de encima, guarango, sinvergüenza”, le grite. Una vez sentada en el medio de la popu y mientras el Cacho cantaba junto al resto de los fanáticos pude ver una inmensidad de Pitufos… chicos, grandes, Pitufinas. Por todos lados. Y cuando ingresó el árbitro, no les miento, yo creía que era Gárgamel. Mientras la hinchada coreaba “No te vayas campeón…” yo le preguntaba al Cacho “¿a dónde mierda se van estos ahora?” Y el Cacho simplemente me miraba, no me contestaba las pelotudeces que yo comenzaba a preguntar. Y comenzó el partido nomás. Y yo estaba más desorientada que la Coca Sarli sin mostrar las tetas. A los cinco minutos del primer tiempo y mientras dos jugadores disputaban una pelota en la mitad de la cancha no dudé en gritar “¡¡¡Orsaiiii!!!” Toda la popular, platea techada, platea descubierta y palcos dirigieron la vista hacia mi. A los treinta minutos recién me atreví a hacerle una pregunta al Cacho: “¿Para dónde tenemos que patear nosotros?”-Para aquel lado. ¿No te das cuenta o sos boluda voz? – largó el Cacho. Pero no me di por vencida y arremetí con esa pregunta de rigor, esa que no puede faltar en el extenso interrogatorio femenino.-Decime Cachito… vos que sos tan inteligente. ¿Qué le ven los hombres a un deporte en el cual veintidós pelotudos corren una pelota?Y fue ahí cuando no solo me contestó el Cacho, sino que se levantó todo el estadio y empezó a cantar: “Callá a La Chona, la puta que lo parió… Callá a La Chona, la puta que lo parió…”Ni lerda ni perezosa, atiné a levantarle el dedo del medio de mi mano derecha, el del fuck you. Porque vieron que los dedos ya no se llaman más como antes. Antes eran el pulgar, el índice, el medio, el anular y el meñique. Ahora todo es más práctico. Los dedos recibieron sus apodos: el gordo, el vaginal, el del fuck you, el anular (ese no cambió de nombre) y el chiquito, ese que en la infancia se comió el huevito. Cuando me vieron con el dedo levantado, todos los simpatizantes enfurecieron y el Cacho no sabía dónde meterse. “¡¡¡Chona, compadre, la concha de tu madre…!!!”, fue la respuesta repetida de la concurrencia. Durante el transcurso del cotejo apelé a mi cábala de toda la vida. Y en cada avance del adversario repetía fuertemente “Cuájale… cuájale… cuájale”, para evitar que metieran algún gol.Hasta que en el minuto 33 de la segunda parte veo que avanza un delantero, elude a dos defensores y… ¡¡¡Gooooollll!!!Cuando menos me dí cuenta, yo, La Chona, estaba subida en el paravalancha festejando el gol. “¡¡¡Vamos… griten, manga de putos!!!”, desafié. Y a lo lejos, muy a lo lejos, pudo divisar la cara de compungido, la cara de dolor, de derrota del Cacho. Era gol de los otros. Pa’ colmo, la yuta y el referí decidieron suspender el partido por falta de garantías ya que, decían, había una loca trepada al alambrado. Después de eso, el Cacho no me habló más por una semana. Y nunca, pero nunca más se le pasó por la cabeza esa delirante idea de pronunciar “Chonita, vamos a la cancha”.

domingo, 18 de octubre de 2009

La Chona festeja el Día de la Madre

El día de la madre lo disfruté a pleno. El Cacho había comprado dos tetras de Zumuva y una tirita de falda con sochoris criollos, de esos que te hacen ir al ñoba como catorce veces antes de terminarlos de comer.
Doce del día, la mesa estaba servida. El Ignacito se había encargado de prender las velas Ranchera y de poner los platos.
Yo, mientras preparaba las ensaladas, disfrutaba de un sabroso vaso de vino. Es más, lo masticaba en cada trago.
Cuando el Cacho trajo el asado casi nos agarramos a los puñetes por quedarnos con un pedazo de carne. Hicimos un brindis y nos devoramos esa jugosa falda, la que perfectamente había aprendido a asar el Cacho en sus épocas de albañil.
El único problema que hubo fue que al Cachito se le fue la mano con la sal y nos quedamos cortos con las dos cajitas de Zumuva.
Después, me sorprendió el Ignacito con un postre hecho por sus propias manos: compota.
Ni bien terminamos de saborear el postre a mi se me saltó la térmica. Lo más factible es que haya sido producto del alcohol.
-¿Sabé’ qué, Nachito? ¡¡¡Só’ adoptado!!! Y vó’, Cacho… ¡¡¡só’ cornudo!!!, vociferé mientras el Cacho se atragantaba con una miga de pan y el Ignacito empalidecía sin comprender aún lo que acababa de escuchar.
Se armó un quilombo tremendo. Nos puteábamos todos contra todos. Luego de veinte minutos de discusión me tomé el último saldo de vino, directamente del tetra, y me fui a apolillar.
Ahí quedaron, en la cocina, el Cacho y el Ignacito tratando de descifrar el enigma de La Chona.
Del pedo que tenía me desmayé, tipo tres o cuatro de la tarde del domingo, y recién me desperté el lunes a las ocho y media de la mañana. Justo a la hora del barrido.
Aún con un poco de resaca y la cabeza que se me partía, no me acordaba nada de lo que había acontecido el día anterior. Tampoco había escuchado al Cacho irse a dormir.
Me puse el enagua y me fui a la cocina a tomarme un Alikal, de esos que vienen con la pastillita que son ideales post pedum. A los quince minutos ya me había aliviado el malestar y recién en ese momento comprendí que ni el Cacho ni el Ignacito estaban en casa. “El Ignacito debe estar en la escuela, desburrándose, el pobre; y el Cacho, seguro, debe andar pelotudeando por ahí”, pensé.
Pero dos horas más tarde los veo atravesando juntos la puerta de entrada a casa.
-¿Se puede saber de dónde vienen ustedes? - pregunté.
-Sí. Venimo’ de hacernos una prueba de AND – me dijo el Cacho con cara de enojado.
-¿Y eso con qué se come? – interrogué nuevamente.
-Es un estudio pa’ saber de dónde concha viene el nene – me informó.
-¿Y qué te pasó por la sabiola pa’ ir a hacerte ese analis, paiaso? – lo increpé.
-Por todo lo que dijiste ayer, ¿o vó’ ya te olvidaste? – señaló el Cachito.
-¿Que lo qué? Si yo tenía un pedo mortal ayer – indiqué.
-Chona… no nos volaceés. Vó’ ayer dijiste que el Ignacio era adoptado y que yo era cornudo.
-¿Y ustedes me creyeron, manga de tololos? ¿No vieron que estaba rechupadaza? – traté de calmarlos.
-¿En… en… entonce’ es toda mentira? – puchereó el Cacho.
-¿Vos sos mi mamá? – preguntó el Ignacito.
-¡¡¡Claro, mis dos amores!!! – los calmé con una abrazo.
Luego se sumaron ellos abrazándome fuertemente y provocando que los tres rompiéramos en un emotivo llanto.
Ya vuelto todo a la normalidad, el Cacho se fue a comprar el diario y el Ignacito se puso en la compu a bajar unos temas del Walter Olmos. Y yo, como no tenía nada que hacer, me puse a hacer unos cálculos mentales: “Y sí… puede ser… el Ignacito tiene diecisiete año’… y con el Cacho nos casamo’ hace diecisei’… y yo ya estaba bomba… y en la despedida de soltera qué pedazo de fiesta se armó… y yo estuve con el Rubén despidiéndome de la vida de soltera… Y… ¿el Ignacito será hijo del Cacho? ¿o me habrán llenado la cocina de humo esa noche? ¡¡¡Qué despiplume, mi Dios!!! Le voy a prender velas a San Expedito y a esperar el resultado del ATN… NAD… AND… ¡¡¡ADN!!!

sábado, 17 de octubre de 2009

La Chona se fuma un porrito

Luego de haber superado ¿con éxito? el altercado del autobomba y mi momento de calentura provocado por la comida afrodisíaca que el Cacho había preparado, yo, la Chona, me fui a apolillar.
Al otro día, cuando me levanté, no dudé ni un segundo en ir a buscar a la Dora, mi compañera de barrido. Hay a veces que nos ponemos a barrer por cuatro o cinco horas y le damos duro y parejo a todos los que viven en el barrio.
En esta oportunidá’ quería saber qué habían dicho las viejas arpilleras después de que yo me subiera al autobomba.
Me puse el delantal que me regaló el Ignacito, tomé la escoba, chupeteé dos o tres veces un mate amargo y fui a tocarle el timbre a la Dora.
Ahí salió la Dora, con la boca súper pintarrajeada de rojo, a las nueve y media de la mañana, de escoba y de cartera.
-De aquí me voy al walmar – me dijo.
-¿Te vai a comprá’, Dora? – pregunté.
-Sí. Tengo que comprar unos tapones – me informó.
-¿Tené’ problema con la luz? – volví a interrogar.
-No. Tengo problemas con la cuevita… Tampones necesito – me confesó.
-Ahhhhhhhhhh – y no volví a preguntar nada más.
-Che, Dorita… vos sabés que el pelado de la otra cuadra, viste el de la casita beige… bue… se la está volteando a la rubiecita de acá enfrente. Todas las noches a la hora en que yo salgo a sacar la basura lo veo entrar. Y más tarde, cuando salgo a putear a los gatos y a los perros que me rompen las bolsas, lo veo salir muy peinadito. Bah, qué digo peinadito, si no tiene ni un pelo.
Justo que estábamos en ese momento que a nosotras nos encanta, el de darle a la lengua sin parar, me sonó el celular.
-¡Qué buen ringtone! – largó la Dora.
“La vecinita tiene antojo…”, sonaba el celular esperando a que yo lo sacara del bolsillo del delantal para atender esa llamada.
-¡¡¡Hable…!!! – atendí muy cordialmente.
-Si, señora… le hablamos de la Escuela Superior de Comercio Jerónimo Luis de Cabrera. Le está hablando la Directora, Matilde Ferraro, y es para comunicarle que a su hijo, Ignacio, lo hemos pescado masturbándose en el baño del establecimiento. Necesitamos hablar con usted lo antes posible – me solicitó la docente.
-Quédese tranquila señorita maestra. Me saco el delantal y salgo volando pa’ allá – le informé a la directora. Y paradójicamente me fui volando.
Un estado de nervios se apoderó de mi, de tal forma que no sé qué le contesté a la Dora cuando me preguntaba “¿te pasa algo?”
Inmediatamente después del llamado y luego de veinticinco años sin fumar, me dieron unas ganas irrefrenables de fumarme un cigarrillo. Pero no tenía ni uno y tampoco tenía un peso para comprarme una etiqueta. Debía calmar mi ansiedad y mis nervios. Por eso fui al ropero del Cacho, que de vez en cuando se fuma un puchito, y empecé a hurgar. Después de revolver unos cuantos calzoncillos amarillentos y un par de medias agujereadas encontré una etiqueta de Saratoga que debía tener, aproximadamente, siete años. Saqué un cigarillo, lo encendí y le pegué una profunda pitada que me llenó de humo los pulmones.
Luego de la segunda seca, comencé a experimentar una sensación de comezón en los pies, más tarde a no sentirlos y después a creer que estaba flotando. Comencé a divagar y a reírme sola mientras miraba el velador; ese feo velador que compramos cuando nos casamos ahora había adquirido la forma de un elefantito multicolor muy divertido.
Me apresuré a arreglarme mientras todo daba vueltas por mi cabeza. Alcancé a ponerme una remera fucsia con unas calzas lilas y tacos altos, y salí.
Paré el colectivo de un solo silbido. Me sorprendió que ahora dejen conducir a los animales. El chofer tenía cara de jirafa con camisa celeste.
Al llegar al establecimiento educativo me atendió el portero.
-Busco al señor Sarmiento Domingo Faustino – le informé.
En el acto se me acercó la directora y me dijo:
-Mire señora. Esto no puede seguir. Va a tener que encasillar a su hijo…
Y mientras ella me hablaba yo dibujaba autitos sobre el escritorio y amenazaba con tirar todas las carpetas al suelo.
-No ze ponga loca… directorcita… Disfrute de la vida – le dije muy dulcemente mientras la abrazaba y le daba un beso en la mejilla.
Los ojos desorbitados de la educadora daban a entender que no comprendía con qué espécimen de madre estaba tratando.
Cuando volví a casa, en ese estado de paz eterna, me senté en la mesa junto al Cacho y le comenté: “Cachito… esos puchos que vó’ tení en el ropero deben estar vencidazos. Deben haber expirado. Me fumé uno y casi chau pinela”.
-¿Que te fumaste qué? – me preguntó el Cacho.
-Un Saratoga de esos que tení encanutados hace como mil años.
-No, viejita. Esos son unos porritos que me quedaron de mi época de hippie – me informó el Cacho.
-Con razón me pegaron tan bien. Parece que hubiera tomado como dieciséis Alplax juntos.
El Cacho se me acercó, me abrazó, me contuvo y al cabo de diez minutos estábamos compartiendo un porrito mientras nos moríamos de risa con una película de guerra.

jueves, 15 de octubre de 2009

La Chona y los bomberos

Hasta que el Cacho se enteró de nuestro paradero pasamos como tres días en cana. Claro, el guanaco ni se preocupó tampoco. ¿Se habrá dado cuenta que faltaba algo o, mejor dicho, alguien en las casas? Se debe haber pasado todo el día viendo partidos el vago ese.
Ayer, mientras me dormía una siestita en la celda, me despertó una chinche que saltaba arriba de mi panza. De un solo tincazo la muy hija de puta no saltó más. Pero me pica todo ahora.
Ahí viene el Tony, el boga amigo del Cacho.
-Hola don boga… ¿todo en orden?
-Sí, Chona. Está usted en libertad.
-¿Y con la Marta qué hacemo’?
-También queda en libertad.
-Che, Marta. Otra vez que se te ocurra chorearte algo te voy a romper el culo a patadas, ¿me entendiste? – amenacé a la Marta.
-‘Ta bien – me respondía la guacha mientras se rascaba el sobaco izquierdo.
Una vez en libertad le pedí al Tony que nos acercara en su lujoso auto a la farmacia más cercana. También le pedí que me prestara unas cuantas monedas y así pude comprar un tarro de Nopucid y dos desodorantes, uno para la Marta y el otro para mí. Y seguimos para casa nomás.
Cuando llegamos, yo lo saludé y le agradecí al Tony mientras la Marta se quedó tratando de conquistarlo. ¡¡¡A esta hija de puta le gustan todos!!!
Cuando entré a casa lo veo al Cacho, con la Mona al mangazo, y cocinando un pollo con papas. Parecía no haberse dado ni cuenta que yo estuve ausente por tres días. Y lo confirmé dos segundos más tarde.
-Hola Chonita. ¿De dónde venís? ¿Fuiste al súper? – me preguntó el sorete.
-No. Anduve de gira artística, pedazo de otario – le contesté.
Me pegué un bañazo de esos que te arrugan toda la piel. Cuando salí parecía de 92 años.
Al salir del baño, el divino del Cacho ya tenía la mesa preparada. La verdad que el pollo estaba de re chupete. Y el sabandija del Cacho no me dijo nada, pero había preparado unas ensaladas afrodisíacas.
Cuando ya me estaba haciendo efecto en el cuerpo, cuando ya lo miraba al Cacho con ganas de arrancarle esa camisa azul a la que le falta el botón del medio nos dimos cuenta que el pelotudo se había olvidado la hornalla prendida y había agarrado fuego el repasador de los ocho agujeros. Así distinguimos los repasadores: tenemos uno de tres agujeros, otro de seis y el de ocho.
Cuando el Cacho atinó a apagar la hornalla ya era tarde. Habían prendido fuego las cortinas, los geranios de arriba de la mesada y el delantal nuevo que me regaló Ignacito para mi cumpleaños.
Lo único que atiné a hacer fue llamar a los bomberos. En menos de diez minutos ya estaban en nuestro hogar. Desplegaron una escalera interminable, bajaron como cinco efectivos e ingresaron hacia el domicilio una enorme, larga y regordeta manguera, la que, producto de las ensaladas afrodisíacas, me calentó. Y me calentó aún más cuando empezó a salir el poderosísimo chorro de agua.
Mientras los bomberos intentaban sofocar el incendió, yo me escurrí entre ellos y desaparecí. Recién se dieron cuenta de dónde me encontraba cuando uno de los vecinos pidió que llamáramos a la policía porque me había puesto a bailar en lo más alto del autobomba totalmente en pelotas al grito de “Tirame agua papito y haceme tuya”.
La calentura no cesaba pero sí pude ver cómo el Cacho se hacía el boludo cuando uno de los bomberos le preguntaba quién era la loca que estaba bailando en bolas.
-No sé. Este barrio está lleno de putas – afirmaba el Cacho.
Pero ante el grito mío que exigía “Tirame agua papito…”, un bomberito muy joven, recién ingresado a la fuerza y presuntamente excitado, cumplió con mi ruego. Apuntó con la manguera a la altura del pecho, bien el medio de las dos gomas, y le dio paso al agua. Cuando el chorro impactó en mis tetas me di cuenta que la presión era tal que no la pude soportar y terminé cayendo desde el techo del autobomba hacia el otro lado del rodado. Casi me desnuqué.
-Estoy bien… estoy bien…- intenté disimular, pero nadie me creyó.
Yo no sé si fue el agua o el golpe, o las dos cosas juntas, pero la calentura ya cesó. Pobre Cacho, ahora él me anda corriendo porque también comió ensalada y la quiere poner a plazo fijo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La Chona va al yopin

Después de haber aguantado más de dos horas en el sanatorio salió el médico del quirófano, totalmente ensangrentado y me dijo, muy preocupado: “Señora… hicimos lo que pudimos”.
A mí se me cayeron las medias, se imaginan. Empecé a temblar y mientras el Ignacito me abrazaba le pregunté:
-¿Pe… pe… pe… pero qué es lo que pasó, dotor?
-No le pudimos quitar la erección, me dijo el médico.
Me pasé todo el fin de semana poniéndole hielo en las bolas al Cacho. A los dedos de mi mano no los puedo ni doblar de lo congelados que los tengo.
Hasta que el sábado a la tarde me harté. Lo miré fijo al Cacho y le ordené: “Agarrate la bolsa de hielo vos que yo me voy a la mierda”.
-¿A dónde vas? – me preguntó.
-Me voy al yopin con la Marta. Vamo’ a ver unas medibachas que le hacen falta a ella y unos ruleros para mí. Dame las llaves del auto.
Agarré el Torino, le puse primera, puse el musiquero al mango con Cachumba y me fui a buscarla a la Marta.
Ahí salió la loca… con una remerita de leopardo. No dudé ni un segundo en gritarle: “Eh, yegua… ¿a dónde te pensá’ que vamo’? ¡¡¡Nos vamo’ al yopin, o vamo’!!! ¡Eso dejalo para la Feria Latina!
Cuando llegamo’ al yopin, el Torino empezó a largar humo por todos lados. No sé si el loco se calentó al verla a la Marta con esa remerita o el pelotudo del Cacho no le echó agua desde que lo compró. La cuestión es que la Marta me tranquilizó: “Dejame que a esto lo arreglo yo”. La muy puta se estiró el escote, se acomodó el ñocorpi con la intención de que se le notara que se le salía de la remerita, se pintó la trucha de rojo furioso y encaró al guardia de seguridad.
No pasaron dos segundos que la Marta venía camino al auto con el guardia tomado de la cintura. El buen hombre nos pudo solucionar el problema y, como recompensa, la Marta le dio su número de celular.
Estuvimos más de tres horas dando vueltas por el yopin, sin comprar nada porque la tarjeta de crédito no tenía saldo. Entonces, nos fuimos al súper a comprar las cosas para la cena con los veinte pesos que tenía en el bolsillo. Mientras metía en el changuito dos latas de alverjas, medio kilo de zanangorias y cien gramos de mondiola veo que el guardia del súper traía del brazo a la Marta. En el acto pensé que ahora se lo había levantado al seguridad de ese lugar. Pero no. La muy estúpida intentó chorearse una barrita de cereales. Cuando se la metió entre las tetas la vio el guardia y ahí sí que no hubo número de teléfono celular que la salve.
Mejor dicho, que nos salve. Ahora estamos en el móvil policial rumbo a la seccional once. Amigos, díganle al Cacho que me llame al Tony, el abogado amigo de él.

martes, 13 de octubre de 2009

La Chona entre el súper y el sanatorio

Esto de haber incursionado en el mundo periodístico escribiendo para la revista La Vecindá' me tiene a mal traer. Pa' colmo, ahora el blog, en donde comparto mis actividades diarias con ustedes. No se imaginan cómo tengo las várices... a punto de explotar de tanto laburo que tengo.
Decí que el Cacho me da una mano porque no tengo ni tiempo de tender las camas. Gracias a Dios que el Ignacito ya es grandecito y se lava los calzoncillos cuando se ducha. Es decir, cada dos semanas. Pero a veces les quedan algunas manchas rebeldes, que no quiero ni preguntar de qué son, que los tengo que poner en el lavarropas y largarle más o menos dos o tres kilos de jabón en polvo.
Esta mañana me levanté temprano, me preparé un yerbeado y esperé a que el Cacho dejara de roncar. Mientras tanto, hice la lista del supermercado: un Raid mata moscas y mosquitos dengueros, otro Raid mata cucarachas cajetudas, sacar diez o doce fósforos de una caja sin que se dé cuenta el repositor externo, ponerme desodorante Polyana en el sector de perfumería porque ya estoy juntando unos cuantos enanos, pasar quince veces por el sector donde está la promotora de Gancia haciendo probar un copetín. Seguir haciendo las comprar antes de chuparme por completo con el Gancia. Un escobillón: muy importante, no me puedo ir del super sin el escobillón. Al que tengo en casa sólo le queda la madera y no puedo salir a la calle a chusmear solamente con la madera. Queda mal. No es cool. Ma' o meno', esto suma 33,25.
Pero el problema se me presentó cuando llegué a la caja: 58,70 me dijo la cajera mientras sonreía. Me pregunto yo de qué se ríe la pelotuda esta. ¿No se da cuenta de que no me alcanza la plata para pagar las compras que encima me sonríe?
Inmersa en un ataque de histeria le dije: Che papudita... ¿por qué no te arreglás el canino que lo tenés careado?
Santo remedio; se le borró la sonrisa en el acto. Y después seguí: ahora sacame el yogurt, los huevos y el salame del Cacho.
Cuando llegué a casa con tres pelotudecitas que me costaron casi cuarenta mangos veo una ambulancia del 107 parada en la puerta de mi casa. Largué la bolsa a la bosta y corrí a ver de qué se trataba. El Ignacito había llamado al servicio de emergencias porque el pajero del Cacho se había calentado viendo el Venus 24 horas y la erección no paró nunca. Cinco horas estuvo el viejo con el pingo en alto.
Ahora estamos en el sanatorio esperando a ver qué van a hacer con la porquería del Cacho. Hay dos opciones: o se la cortan o la doblan como si fuera un caño. Después les cuento.

Me presento: yo soy La Chona

Hola… hola… Me presento: yo soy la Chona, de ahora en más La Vecina Chusma. Porque yo sé todo, soy como el Pequeño Larousse Ilustrado. Conozco cada movimiento de lo que sucede en el barrio. Y ahora que voy a tener página, no será un página güeb pero es lo que hay.
Los otros días me llamó la gente de La Vecindá’ y me dijo: “Oiga Chona… Mire, vea… Necesitamos que nos cuente algunas infidencias, algo de lo que sucede en el barrio y en el ambiente del espectáculo”.
Porque, les cuento, la gente de La Vecindá’ es bien bobina y sabe a quién va a contratar.
Así que guarda el hilo que yo no duermo.
Pa’ colmo, ya tengo mai, así que escríbanme. ¡¡¡Qué plato!!! Estoy re cibernética.
¡¡¡Qué quilombasazo papá!!! Al tema de la ley de medios creo que no la entiende ni el Néstor. Antes pedían que cambiaran la ley de la época de la dictadura, ahora no. ¿Qué hacemo’ entonces? Espero que no me saquen la Popular porque ahí sí que se arma. ¿Me escuchaste Cristinita?
Otro dramón es el tema del horario. Ya empezamos de vuelta con que hay que adelantar las agujas, con que hay que atrasarlas, con que Felpetto no quiere. Y a todo esto, creo que con este cambio San Luis queda como tres días adelantado.
Ay, les cuento… los otros días tocó La Barra en el Orfeo. Y… ¿saben qué? El Cacho me invitó. Vendió un par de alpargatas viejas que tenía por ahí y fue a comprar las entradas. Se preparó un termo de fernet con Suitty y allá partimos. No saben cuánto bailamos, me quedaron las cachas ardiendo.
Uy, Dora… ¡¡¡la hora que es!!! Pero no sé si es antes o después del cambio de horario. Da igual. No barrí ni una hoja. La dejo porque se me pegan los fideos.
¡¡¡Cacho… apagá la hornallaaaa!!! Hablando de hornalla… ¿sabe usted que me llegó la factura del gas? Una locura, con el aumento me llegó la friolera de un millón quinientos mil… ¿Pesos? No, no… Australes.