martes, 27 de octubre de 2009

La Chona va a la peluquería

El mejor día de la semana pa’ mí es el sábado. Les confieso que me atrapa un entusiasmo que se me pone la piel de poio, se me pone, de sólo pensar que tengo que ir a la peluquería. Es el día que nos juntamos con las chicas: la Yoli, la Marta, la Yesica y muchas más…Vamos a eso de las once de la mañana y estamos volviendo a casa, má’ o meno’ a las diez de la noche, una vez que le haigamos ayudado a cerrar el local a la peluquera. Por eso, el sábado me alisté, lo bañé al Chomaso y partimos los dos pa’ la Graciela Norma Cuafer. Ella es la única que me toca los pelos y hace veinte años que voy a esa peluquería. Entre nosotros… no saben la mano que tiene, es la única que le da con el color justo para teñirme y me deja la sabiola de lujazo. Pero, lamentablemente, este sábado no fue el caso. Todavía trato de encontrarle algún justificativo al asunto pero, la verdad, que no lo hallo. Ya cuando eran má’ o meno’ las siete de la tarde y después de que dejáramos pasar a dos o tres clientas para que nosotras le pudiéramos seguir dando a la lengua, la Graciela Norma me dijo que era el turno mío. Se la notaba cansada, les confieso. Imagínense bancarse por todo un día entero a tantas viejas arpías, que no pararon de hablar por un segundo. Le dimos pa’ que tenga a todo el barrio. No saben lo que me contó la Alicia. Dice que el novio de ella se tomó por equivocación una pastillita de Viagra y hace como treinta y tres días que está con el pito parado. La yegua dice que le da al perro tres veces por día: mañana, tarde y noche. No se imaginan la envidia nuestra. Ya lo queríamos probar todos al novio de la Alicia.
-Decíme Alicia… esa pastillita que decís que se tomó el noviecito tuyo, ¿se consigue en cualquier farmacia? – le pregunté muy interesada.
-Sí, Chonita – me contestó.
-¿Y no sabé’ si va por el PAMI? – arremetí.
Luego de no saber contestarme, a la Judith se le cayó un pedo. De agrio estaba el guanaco. Enseguida pidió pasar al ñoba, y una vez que salió tuvimos que abrir todas las puertas y ventanas y hasta echar ese spray para el pelo para intentar paralizar al sujeto oloroso. No hubo caso. Por espacio de media hora el tufo nos estuvo acompañando. Yo calculo que debe haber sido por todo eso que a la Graciela Norma ya no le daban las neuronas. Entonces cuando me senté en el sillón, ella comenzó a preparar la tintura, pero la pelotuda le puso más agua oxigenada que de costumbre y… ¡¡¡quedé rubia… la concha de su hermana!!!
La Graciela Norma no sabía dónde meterse. Imagínense, nunca antes le había pasado algo semejante. “¡Quédate tranquila, Chonita! ¡Io te lo voy a solucionar!”, me dijo la guacha. Porque encima, la muy turra, habla como la Caty Fullop, pero de Villa Páez.
Enseguida me ordenó, mientras las otras yeguas que estaban esperando su turno no paraban de criticarme, a que me siente abajo del secador de pelo. Eso hice, y ella pudo empezar a atender a la Roxana, que le pedía que le cortara como la Araceli González. “El vello púbico te puede quedar como a la Araceli, zorruda”, pensaba mientras se me secaban los pelos.
Y parece ser… No. No parece ser nada. La conchuda de la Graciela Norma Cuafer se olvidó de mí y después de cuarenta y cinco minutos, cuando empezó a sentir olor a quemado, le pidió a la Olga que se fijara en la pava, si no se habían olvidado la hornalla prendida o si a la Judith no se le había caído otro pedo. Luego de buscar y buscar, sin éxito, el origen del olor, decidieron llamar a los bomberos. “Aló… Don bombero… se nos quema la peluquería”, gritó la pseudo venezolana. Y a los tres minutos y medio el autobomba y cinco efectivos se encontraban en el salón de belleza. Tras revisar minuciosamente el lugar, uno de ellos gritó eufórico “Aquí está la falla”.Y sí, la falla era la cabeza de la Chona. Se me habían incinerado los pocos pelos que tenía. Me quedaron todas motitas chiquitas, ruluditas y rubias. ¡¡¡Parezco el Pibe Valderrama!!!
Más allá de ese episodio, la Graciela Norma se quedó mal. Pero yo, aunque usted no lo crea, no. Me fui con una idea fija. Paré en la primer farmacia que había abierta y pedí: “… ejem… a ver… ando buscando… un termómetro… dos tiras de aspirinas… un Sertal… y… no, el Sertal no… las aspirinas, mejor media tira… y… dígame… ¡¡¡qué día soleado, ¿no?!!!... Hasta que al final no pude dar más vueltas y lo tuve que largar de una: “Dígame don farmacéutico. Ando buscando esas pastillitas milagrosas que levantan muertos y, sinceramente, quiero que mi marido me dé matraca por tres días seguidos sin parar. ¡¡¡Quiero placer, don boticario!!! ¿No sé si me explico?”
-Perfectamente – me dijo el boticario y me dio dos pastillitas azules.
Esa noche cuando volví a casa, preparé arroz con poio y le mezclé una de las pastillitas en el plato del Cacho. A la media hora, y mientras comíamos, vi cómo el zolcillonca del Cacho comenzaba a parecerse la Carpa Blanca, esa que los troesmas habían armado en Buenos Aires para reclamar que les aumenten el sueldo. Y a mí, les juro, se me hacía agua la boca. “Esta noche le vamo’ a dar duro y parejo”, imaginaba.
Hasta que diez minutos más tarde, al viejo se le paró. Sí, se le paró el corazón. En el prospecto decía “no suministrar a pacientes con afecciones cardíacas”. Y el Cacho tiene el corazón como el de Chiquititas… lleno de agujeritos.
Ahora estamos en el Instituto Modelo de Cardiología, tratando de revivir al Cacho. Es más, lo estamos trasladando en una camilla y yo estoy empujando la camilla tomándole el pito al viejo éste, como si fuera una palanca que viene incorporada. Y el guanaco lo tiene más parado que nunca.

1 comentario:

  1. Que vaya la chona a ver uno de Rock a ver que pasa! no va a entender un carajo la vieja jaja
    Mauri

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