viernes, 27 de noviembre de 2009

La Chona va a una fiesta de disfraces

Por supuesto que esa noche dormí en lo de la Dora. No daba pa’ llegar a las casas y decirle al Cacho que le hice pomada la jubilación.
Al otro día, cuando nos despertamos, la veo a la Dora que estaba hablando por teléfono muy entusiasmada. Era su novio.
Cuando cortó, a las tres horas y media, me dijo: -Chonita… preparate que hoy tenemo’ una fiesta de disfrace’, tenemo.
-¿Lo qué? – le pregunté.
-Lo que escuchaste tarada. Yo ya tengo mi disfraz – me aclaró.
Claro, el problema ahora era mío. Yo tenía que resolver de qué mierda me iba a disfrazar. Y no era para nada fácil. Imagínense un disfraz pa’ semejante masa corporal.
La Dora me aconsejó que lo llamara al Cacho, para invitarlo. Me dijo que eso podía suavizar la tensión del asunto de la tarjeta y que con dos vinos encima el Cacho ya ni se acordaría de su jubilación.
-Hola Cachito… ¿Qué acelga? – le pregunté.
-Nada Chonita. Estoy viendo un partido: Sacachispas vs. Desamparados de San Juan – me informó.
-¡Qué instructivo lo tuyo, Cachito! – le reproché mientras la Dora me hacía señas pa’ que lo tratara bien. Había que dorarle la píldora en este momento.
-Escuchame Cachito… Hoy tenemo’ una fiesta de disfrace’, tenemo’. Yo voy a quedarme en lo de la Dora pa’ ver de qué nos disfrazamos.
-¿Y desde cuándo estás en lo de la Dora vó’? – me preguntó.
Ni cuenta se había dado el tarado de que yo me ausentaba de las casas desde ayer.
“Desde que te hice mierda todo el sueldo”, tenía ganas de responderle pero no daba.
-Na, Cachito… desde hoy a la mañana. Me vine temprano a tomar unos mates amargos con la Dora y nos colgamos dándole a la lengua.
-Bue… Quedate tranquila que yo me encargo de mi disfraz – me dijo el Cacho.
A las cinco de la tarde se me prendió la lamparita.
-¡¡¡Ya sé de qué me voy a disfrazar!!! ¡¡¡De la Mujer Maravilla!!! – grité fuerte.
Desde ese preciso momento y hasta las nueve de la noche no paré ni un segundo en la producción de mi vestimenta.
Cuando ya tenía todo listo, la imité a la verdadera Mujer Maravilla. Porque, en realidad, yo era la Mujer Maravía. Me miré al espejo, dí media vuelta como la súperchica y aparecí vestida. ¡¡¡Estaba fatal!!!
Sí, los yorcitos estaban al borde de la explosión, por abajo del topcito ese que usa la guacha se me escapaba el más rebelde de mis rollos y el cinturón que usa la Mujer Maravilla no me quedó otra que ponérmelo en el cuello. Era en el único lugar del cuerpo humano en donde llegaba a abrocharlo.
Allá partimos… a la partuza. Caímos con la Dora, que se había disfrazado de enfermera sesy.
A los cinco minutos apareció el Cacho, disfrazado de Batman. Más que Batman era Barman, porque en el pecho en lugar de tener un “murciégalo” tenía una boteia de ginebra. Apenas me vio no se pudo contener el guacho y me avanzó: “Vení mamita, engañemos a la Batichica”. Por supuesto que yo no me resistí.
A las dos horas de estar bailando y de entrarle a las empanadas, los sanguches y las cervezas el yorcito, mejor dicho el botón del yorcito dijo basta. “Hasta aquí llego yo”. Y salió impulsado como un boomerang que solamente va, para impactar contra el huevo derecho del Cacho, en este caso Batman o, para ser más correcta, Barman.
-¡¡¡Uy!!! ¡¡¡Qué dolor!!! – gritaron todos.
Les juro que hasta a mí, que carezco de vóvelin, también me dolió. Al Cacho le empezó a correr una fría y gruesa gota de transpiración por la frente y casi casi se descompone.
-¡Cómo se nota que a estos guanacos no le viene la regla todos los meses o que nunca en la vida han tenido un crío! ¡Eso es realmente dolor! ¡Tanto quilombo por un huevito!
Ya repuesto del incidente, seguimos bailando. Y justo en el momento que más divertido estaba y mientras yo danzaba “…Alza las manos si tu quieres bailar…”, levanté las manos y dí justo con la lamparita amarilla que iluminaba el lugar. ¡¡¡La quemé!!!
Fue entonces que cuando la desenrosqué para cambiarla vi claramente esa imagen. ¡Y les juro que no estaba chupada!
-Mirá Dora. Una V y una M - le dije sorprendida mostrándole lo que habían formado los filamentos de la bombita.
-Esa es una señal… Significa Virgen María – me dijo la Dora.
-No, boluda. Esto quiere decir Viva la Mona – la corregí.
Y en el acto comprendí el mensaje que me había caído desde el cielo. Yo debía ser bailarina de la Mona Jiménez. Me imaginaba haciendo las señas como el más grande: Villa Siburu, Alto Alberdi, Empalme, Villa Páez, Villa Los Cuarenta Guasos…
No pude más de la emoción. Le pedí el celular prestado a la Dora y hablé al Estadio del Centro. Sabía que la Mona estaba ahí esa noche. Y conocía el número de memoria; si habré reservado entradas con anticipación pa’ los bailes de Carlitos.
-Sí, hola… ¿Estadio del Centro? Yo quisiera hablar con don La Mona Jiménez. ¿Se encuentra? – pregunté.
-¿De parte de quién? – me volvieron a preguntar.
-De su próxima futura y encantadora Paquita. O, mejor dicho, en este caso Chonita.
-Deme un segundo. Ya la atiende.
A los diez segundos estaba hablando con La Mona.
-Diga – se escuchó del otro lado del teléfono.
-Hola Monita, soy yo… La Chona – le informé.
-Hola Chonita querida. Tanto tiempo. ¿No me digá’ que te separaste y volvés al ruedo? – me preguntó La Mona.
-No, Charly. Pero quiero bailar pa’ tu grupo – le conté.
-Bueno Chona. Vo’ sabé’ que con vo’ está todo bien. Llegate pa’ el estadio.
Los agarré del brazo al Cacho y a la Dora, me puse un alfiler de gancho en lugar del botón y salimos.
Mientras salíamos me paró un tipo y me dijo: “¡¡¡Qué buen baile!!! ¿Es rap o hip-hop?” Era el Slender Shaper. Hacía como tres días que lo tenía puesto y no sabía cómo apagarlo.
Las abdominales mías estaban mejores que las del pelotudo de Viloni, ese de 100 por Ciento Lucha.

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