Cuando llegamo’ al baile, en la entrada me paró un urso de seguridad.
-Señora, la tengo que palpar – me dijo el grandote.
-Toque nomás – le contesté.
Y el encargado de seguridad se sorprendió cuando, a la altura de la cintura, sus manos empezaron a temblar.
-¿Qué es esto, doña? – me preguntó atemorizado.
-Slender Shaper – le informé.
-Lo va a tener que dejar acá – me aconsejó.
-¡¡¡Gracia’ Dio’…!!! – grité.
No aguantaba más esta mierda, no aguantaba.
Una vez adentro del estadio me atrapó una bella, dulce, delicada y suave melodía: “… ¿quiéééén… se ha tomado todo el vino… oh, oh, oh…?”
¿Cuánto tiempo ha pasado? Me acuerdo que antes me tenían que echar de los bailes. Y ahora no piso uno ni de milagro.
Y mientras la Mona seguía entonando ese mítico y entrañable himno (“¿quiééén se ha tomado todo el vino… oh, oh, oh…?), el Cacho parecía tener todas las respuestas a ese interrogante. Mejor dicho, todas las cajitas de vino que a la Mona se le habían perdido. El Cacho había entrado al Estadio del Centro totalmente ladeado, haciendo malabares como para que no se le caiga ni una gota de alcohol por ninguno de los agujeros de su cuerpo humano.
Cuando la Mona terminó la primera selección y mientras la Dora se había acodado en el buffet para comprar un vaso de vino tinto con Pritty, me acerqué al escenario y le silbé a la Mona.
-¡Eh, Chonita querida! ¿Cómo andás guacha? ¡¡¡Estás igual!!! – me dijo la Mona.
-Igual que vos, guanaco. ¡¡¡Estamos hechos mierda!!! – le contesté.
-Vení, vení. En la próxima selección subís a cantar conmigo. ¿Te acordás de las canciones? – me preguntó.
-Cómo me voy a olvidar de esa parte hermosa de mi vida, Monita.
Y me llevó al camarín para que me cambiara. Me dio una musculosa diminuta.
No me quedó otra que ponérmela. Fajada quedé. Parecía el Increíble Hulk cuando se le empieza a rasgar la ropa.
“No hay drama me dije. A contener la respiración y a cumplir con el sueño”.
Allá fuimos, rumbo a la segunda selección. Arrancamos con El Marginal. Yo le hacía coros a la Mona y bailaba.
No pasaron más de cinco minutos, que mientras hacía un pasito que la gente festejaba y cantaba “el marginal me llaman… el marginal…”, hago tres pasos para adelante, dos para atrás, tres para adelante, y… producto de la falta de luz y otros alcoholes, no me di cuenta que se me había acabado el escenario y me fui a la mierda.
Terminé revolcada en el piso del Estadio del Centro, arriba de una cajita de vino Cavic.
Pa’ colmo, cuando había iniciado mi caída me enganché en un clavo del escenario y ahí quedó incrustada mi bombacha, como si fuera una bandera de guerra.
Ante esto, todo el mundo se puso a cantar: “…La Chona se clavó… se clavó… La Chona se clavó…”
Cuando vino el Cacho a intentar levantarme, del pedo que tenía terminó cayéndose encima mío. Pa’ colmo, ni me reconocía y, borracho y todo, me hacía el verso con la intención de conquistarme.
-Viejo pavo… ¿no ve’ que soy io… La Chona? – le dije.
Y él ni siquiera me respondía. Era como que el coágulo había entrado en acción, o que las neuronas también se habían chupado.
Con la Dora no se podía ni contar. La muy turra estaba en la barra, tratando de levantarse al buffetero pa’ que le fíe un vino con Pritty.
domingo, 29 de noviembre de 2009
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