-¿En dónde? – me preguntó la nena.
-En lo del General – le contesté.
-¿Perón? – volvió a interrogar.
-Si serás tarada… El San Martín – aclaré.
Y pa’ allá partimos. Armamos una canastita con el mate, unos bizcochitos de grasa y una bolsa de nylon con yerba vieja secada al sol. Si hay malaria que no se note.
Llegamo’ al teatro y vimos que había como tres cuadras de cola. Había una mina que tiraba fuego pa’ arriba, otra que hablaba en jeringoso, un mago que te pedía un billete de cien, lo hacía desaparecer y después te devolvía uno de diez. En fin, había un montón de artistas.
En eso que estábamos atravesando la interminable cola, la Lore me preguntó: -¿Y vó’ tía qué lo que sabí hacé’?
-Aparte de soportarlo a tu tío yo soy una artista en potencia. Ya vay a vé’ – le dije.
Al lugar habremos llegado a eso de las tres de la tarde y a las diez de la noche estábamos recién adentro del teatro. Pero adentro había como mil monos, así que imagínense. Yo actué como a las dos de la mañana. Las ojeras me llegaban a las rodillas.
¡Cuánto talento hay en Córdoba, la puta que lo parió!!! Pasó un tipo, de unos cincuenta años, un tanto panzón, al que Guerra le preguntó: “¿Qué sabés hacer vos?”
Y el tipo contestó: “Yo sé hacer un asado de falda en cinco minutos”.
Sabé’ qué… en el acto pensé, yo con este tipo me casó. Agarró cuchillo y tenedor, prendió el fuego ahí, sobre el escenario, y en cuatro minutos y cincuenta y ocho segundos le estaba haciendo probar a Maximiliano un jugoso bocado de falda. ¡¡¡Mi amor!!!, grité en el acto. Y me miraron los encargados de seguridad. Me hice la boluda y miré para otro lado.
“Te vemos en la siguiente etapa”, le dijo la Fullop al asador y mientras el tipo se retiraba prometió hacer poio al disco en la próxima presentación.
Luego siguió una negra que bailaba cuarteto en bolas y movía las tetas al ritmo de la música, un artista plástico que hacía muñequitos con la cera de sus orejas y un artesano en moco, que construía casitas con sus propios mocos.
Cuando llegó mi turno, subí al escenario y la dulce de Cathy me preguntó: -¿Cómo te iamas tú?
-Io me llamo La Chona – respondí muy nerviosa.
-¡¡¡Qué beia La Chola!!! – trató de animarme la venezolana.
-No, Catalina. Me llamo Chona io – le aclaré a la pajuerana.
Y en el acto, Maximiliano Guerra me preguntó:-¿Y qué sabes hacer, Chona?
-Yo sé planchar, coser, cocinar, lavar a mano y, lo más difícil, administrar la economía de las casa - informé.
-A ver, muéstranos – solicitó Cathy. Y entonces llevé a cabo mi performance. Surcí dos camisas mientras cocinaba unos taiarines con queso y mientras planchaba los calzoncíos azules del Cacho. Cuando estaba por meter el flan a la heladera, el pescao de Guerra me apretó esa especie de signo más, ladeado. Sin embargo, la Cathy y el sonámbulo me dejaron seguir. ¿Cómo que qué sonámbulo? El nocturno… Ah, el nochero… Quique… Y pude terminar con mi número.
Apenas terminé, la Cathy fue la encargada de decirme lo que le parecía:
-Mira Cholita… Te ha faltado coordinar algunos movimientos, como ser: cuando sacaste la ropa del lavarropas le volcaste el caramelo hirviendo para el flan, y luego pusiste la carne en el freezer mientras metías el hielo en el horno. ¡¡¡Qué beiaaaa!!!
-Beiaa las pelotas – contesté muy enojada y le dí un patadón al aire con tanta mala suerte que se me fue la pantufla azul de mi pie derecho rumbo a la tribuna donde se encuentra el público. Pero justo en ese momento, la pelotuda de la Fullop se paró para ver qué sucedía y la pantufla le dio de lleno en el medio de la jeta y le fracturó el tabique nasal.
Se armó tal revuelo. Llegaron los paramédicos, la policía, los bomberos. Sacaron a Cathy en una camilla, chorreando sangre.
Y mientras veía cómo el resto de los integrantes del jurado y el público en general se aprestaba a retirarse del teatro, me agarró la desesperación. Y desde arriba del escenario, le grité fuertemente a Maximiliano: -¡Eh, Guerra! ¿Pasé a la próxima etapa? ¿Sí o no?
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