lunes, 23 de noviembre de 2009

La Chona sigue a dieta

A ver… a ver… lunes: un tomate con una planta de lechuga. ¡¡¡Esto de la dieta me está matando!!!
A todo esto, yo creo que la falta de hidratos de carbono, la ausencia de los crollos nuestros de cada día, del caserito con chicharrón y de los fritos hacen que no oxigene bien mi cerebelo. Amigos, debo confesarles… me parece, no estoy segura… ¡¡¡que estoy perdiendo la memoria!!! Pa’ colmo, no me acuerdo ni cómo se llama el pibe este: Cholo… Chávez… Pocho… ¡¡¡Cacho!!! ¡¡¡Ahí está… Cacho!!! ¿Pero quién mierda es el Cacho este?
Sin embargo, los resultados son increíbles. A casi una semana de haber empezado la dieta y a base de sacrificio carajo… ¡¡¡aumenté un kilo y medio la puta que lo parió!!!
A veces me pongo a pensar, me pongo. ¿Por qué será? Y los otros días lo descubrí. Pueden ser por los churros que había encanutado en la mesita de luz y a los que cada tanto les pegaba un mordiscón, yo junto a unas cuantas hormigas que andaban por el cajón de la mesita.
Pero hoy me harté… “¡¡¡Queridas compañeras en lucha, vamos a vencer este obstáculo!!!” La Marta me miraba sin entender nada, como si Giordano estuviera diciendo que ahora se va a dedicar a la cocina.
-Mirá Martita. Hoy empezamos la actividad física – le dije.
-Ajá – me contestó la Marta, que se caracteriza por ser muy verborrágica.
-A las cinco de la tarde vamos a andar en bicicleta.
Five o’ clock parecía una inglesa como esperando a tomar el té.
-¡Qué puntual, Chonita! – me dijo la Marta.
-La balanza no nos va a ganar – le respondí.
Apenas me subí a la bici advertí que el pequeño, diminuto asiento se había enterrado en mi… Pa’ qué dar mayores explicaciones, si ya todos entendimos.
Llegamo’ al Parque de las Naciones hechas unas locas. Mis calzas amarillas estaban infartantes. Con decirte que hice caer a dos viejos pavos que iban corriendo. Y por mirar mis atributos, mis cualidades, los boludos se tragaron un árbol.
Cuando iba subiendo la subida del Parque y antes de empezar a bajar la bajada, noté que la bici me pesaba un huevo hasta que, de pronto, dos pibes me gritaron: “Che vieja huevona… sacale la patita sino no vas a llegar a ningún lado”. Eso hice y el viaje se hizo más liviano.
“Bue… por lo meno’ gasté un poco más de calorías”, imaginé. Pero ni bien terminé de pensar en las calorías gastadas sentí que no me entraba ni una gota de aire. Cuando recobré el conocimiento pude ver a la Marta, con todos sus kilos, y a las dos bicicletas encima mío.
Y ahí recordé todo. Dos segundos antes yo me olvidé de frenar y le toqué la rueda trasera a la Martita. La desestabilicé y nos hicimos mierda.
Por suerte, un buen vecino llamó al 107, el servicio de emergencias. “… para socorrer a viejas boludas, presione el 4”, decía el contestador del 107. Y el buen hombre presionó. Y, por eso, nos llevaron al Clínicas.
Y, como si esto fuera poco, parece que el tema de la dieta nos condena; me sirvieron un zapallito y medio calabacín de almuerzo.
Pa’ colmo, el chico este… el Cholo, Pocho, Chino… ¡¡¡el Cacho!!! El Cacho se me caga de risa desde la puerta.
-¡¡¡Dale viejo huevón… andá a comprarme un choripán!!!

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