Gracias a Dios y a la Virgen Santa, el padre de la pendeja se apiadó de nosotros y no levantó ningún tipo de cargos. Decí’ vos che… porque al otro día yo tenía la juntada con mis ex compañeras de primaria. No las veo desde que yo dejé en sexto grado pa’ irme a vivir con mi tía Inés.
Recuerdo que a la semana de instalarme en la casa de mi tía Inés, lo conocí al Carlitos, mi primer novio. Y unos años más tarde, también en la casa de la tía Inés fue que tuve mi primer relación sesual. Gracias a Dios, la tía había sido precavida y unos meses antes me había hecho colocar el diux.
Bueno, como les contaba… yo dejé la escuela primaria en sexto grado. Colegio de monjas: San Luis Gonzaga. Pero parece que mis compañeras todavía me recuerdan con cariño.
Los otros días me mandó un mensaje de texto la González, la que se sentaba en el primer banco: “Hola Chonita, tanto tiempo. Nos juntamos con las chicas del primario el miércoles a la una de la tarde en la Ruleta de Pancho”.
Allí estuve, de punta en blanco a la una menos cinco. Quería saber qué había sido de aquellas viejas compañeras de primaria. Imaginé que más de una debía haber seguido el camino religioso pero, desgraciadamente, me equivoqué.
A la primera que vi llegar, mientras esperaba en la esquina de la parrillada, fue a la Olga. La reconocí al toque, mientras se acercaba moviendo el culito encerrado en esa diminuta minifalda. “Estás igual, hija de puta…”, le grité antes de que nos fundiéramos en un abrazo.
Bueno, como les contaba… yo dejé la escuela primaria en sexto grado. Colegio de monjas: San Luis Gonzaga. Pero parece que mis compañeras todavía me recuerdan con cariño.
Los otros días me mandó un mensaje de texto la González, la que se sentaba en el primer banco: “Hola Chonita, tanto tiempo. Nos juntamos con las chicas del primario el miércoles a la una de la tarde en la Ruleta de Pancho”.
Allí estuve, de punta en blanco a la una menos cinco. Quería saber qué había sido de aquellas viejas compañeras de primaria. Imaginé que más de una debía haber seguido el camino religioso pero, desgraciadamente, me equivoqué.
A la primera que vi llegar, mientras esperaba en la esquina de la parrillada, fue a la Olga. La reconocí al toque, mientras se acercaba moviendo el culito encerrado en esa diminuta minifalda. “Estás igual, hija de puta…”, le grité antes de que nos fundiéramos en un abrazo.
-¿Y vó’ a que te dedicai? – le pregunté.
-Yo soy una reconocida empresaria putícola – me contestó.
-Aja – murmuré. –¿Y dónde tení tu negocio? – proseguí con el cuestionario.
-En Rioja y Cañada – me informó.
No quise hacer más preguntas… No vaya a ser cosa…
Una vez que estuvimos sentadas en la mesa me di cuenta que éramos más de veinte. Imagínense el lorerío. “Yo tomo a las tres de la tarde la pastilla para la tensión y a las siete el Alplax…”, comentaba la Tere. “Yo me tengo que teñir el pelo cada dos semanas. Tengo una peluquera que es un amor…”, contaba la Irma. Y yo no pude evitar pensar “mientras que no sea como la culiada de la Graciela Norma. Rubia me dejó la zorruda”. Y aproveché para mirarme de reojo en uno de los espejos del salón y noté que aún quedaban unos vestigios de aquel rubio erróneo.
-Yo soy una reconocida empresaria putícola – me contestó.
-Aja – murmuré. –¿Y dónde tení tu negocio? – proseguí con el cuestionario.
-En Rioja y Cañada – me informó.
No quise hacer más preguntas… No vaya a ser cosa…
Una vez que estuvimos sentadas en la mesa me di cuenta que éramos más de veinte. Imagínense el lorerío. “Yo tomo a las tres de la tarde la pastilla para la tensión y a las siete el Alplax…”, comentaba la Tere. “Yo me tengo que teñir el pelo cada dos semanas. Tengo una peluquera que es un amor…”, contaba la Irma. Y yo no pude evitar pensar “mientras que no sea como la culiada de la Graciela Norma. Rubia me dejó la zorruda”. Y aproveché para mirarme de reojo en uno de los espejos del salón y noté que aún quedaban unos vestigios de aquel rubio erróneo.
Mientras las locas encargaban chinchulines, mollejas, falda, cabrito, lechón, vacío y una sarta de huevadas más veo que en un rincón, muy callada, estaba la Matilde sentadita y muy solita. Entonces me acerqué y le pregunté: “¿Cómo estás Matilde?”, cuando, en el acto me llamó la atención una botellita de Pritty de medio litro con un líquido incoloro, justo al lado del plato de ella. Supuse que la Matilde se habría inclinado hacia la bebida. Que se estaba dando con ginebra. Pero ante la duda le pregunté. –Decime Matilde. ¿Qué es eso que llevai en la boteita?
-Formol – me contestó con un hilo muy delgado de voz.
-Formol – me contestó con un hilo muy delgado de voz.
Mientras pensaba en voz baja “por qué no te callai Chona y la concha de tu hermá… Siempre preguntando cosas que no hay que preguntar", la Matilde me aclaró: - …El médico me aconsejó que cada veinte minutos embeba este algodón en el líquido y me lo pase por todo el cuerpo.
Estaba hecha mierda la guanaca. Yo, al lado de ella, era Sharon Stone.
Estaba hecha mierda la guanaca. Yo, al lado de ella, era Sharon Stone.
Les cuento que a la media hora, más de una ya estaba rechupadaza. Incluida yo.
A las tres y media de la tarde, Pancho (el dueño del lugar) empezó a apagar las luces, recoger los mentales y todos los menesteres previos al cierre. Pero no había caso, nosotras no nos íbamos.
Minutos antes de que nos echaran, literalmente hablando, la Mabel tomó la batuta, ya muy chupada, y golpeó con la chucara la copa de vino: ¡¡¡Adenzión!!! ¡¡¡Adenzión!!! Quedidaz abigaz… Bellaz mujedez…
Pensé “esta está hablando pelotudeces. Lo de bellas mujeres de dónde mierda lo sacó. Si no había ni una que zafara del desguace”. Y antes de que yo terminara con mi pensamiento y de que ella terminara de pronunciar “mujedez” veo que su dentadura postiza hizo un movimiento zigzagueante en su comedor y salió impulsada de tal forma que terminó parando en la mesa de al lado, justo arriba del flan con dulce de leche que había pedido de postre una pareja de recién casados.
“¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Un odontólogo!!!”, pedí a los gritos, pero nadie me dio bola. Agarré la dentadura de la Mabel, le pedí disculpas a la pareja enamorada y le grité a la vieja chota: “Abrí la boca, carajo”… y le chanté la dentadura como pude. No sé de qué forma se la calcé que los colmillos le quedaron en el centro y las muelas en lugar de los colmillos. ¡¡¡Parecía un criter la culiada!!!
Al final nos quedamos con la duda de lo que nos quería decir la vieja borracha. Ahora la están llevando en andas los mozos. No puede ni dar un paso del pedo que tiene.
A las tres y media de la tarde, Pancho (el dueño del lugar) empezó a apagar las luces, recoger los mentales y todos los menesteres previos al cierre. Pero no había caso, nosotras no nos íbamos.
Minutos antes de que nos echaran, literalmente hablando, la Mabel tomó la batuta, ya muy chupada, y golpeó con la chucara la copa de vino: ¡¡¡Adenzión!!! ¡¡¡Adenzión!!! Quedidaz abigaz… Bellaz mujedez…
Pensé “esta está hablando pelotudeces. Lo de bellas mujeres de dónde mierda lo sacó. Si no había ni una que zafara del desguace”. Y antes de que yo terminara con mi pensamiento y de que ella terminara de pronunciar “mujedez” veo que su dentadura postiza hizo un movimiento zigzagueante en su comedor y salió impulsada de tal forma que terminó parando en la mesa de al lado, justo arriba del flan con dulce de leche que había pedido de postre una pareja de recién casados.
“¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Un odontólogo!!!”, pedí a los gritos, pero nadie me dio bola. Agarré la dentadura de la Mabel, le pedí disculpas a la pareja enamorada y le grité a la vieja chota: “Abrí la boca, carajo”… y le chanté la dentadura como pude. No sé de qué forma se la calcé que los colmillos le quedaron en el centro y las muelas en lugar de los colmillos. ¡¡¡Parecía un criter la culiada!!!
Al final nos quedamos con la duda de lo que nos quería decir la vieja borracha. Ahora la están llevando en andas los mozos. No puede ni dar un paso del pedo que tiene.
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