jueves, 22 de octubre de 2009

La Chona va a la cancha

El estudio de ADN dio como resultado que el Ignacito era hijo del Cacho, por suerte. Ya lo había gastado al Rosario de tanto rezarle a San Expedito. Y por eso, decidimos festejar. Yo de fulbo no entiendo un pepino… pero bue… Ese día el Cacho me dijo: “Viejita, preparate unas milanga’ que nos vamo’ a la cancha, nos vamo’”.Hice unos chegusán de milanesa y partimos pa’ la cancha. El Cacho me dijo que era un partido amistoso. Para mí, creo que jugaban los Pitufos de un lado, porque tenían todos vestimenta celeste, contra unos mecánicos, ya que el Cacho creo que me había dicho que trabajaban en unos talleres.Ah, no… perdón. Ahí me dice el tumbado de mi marido que juegan Belgrano y Talleres. Apenas llegamo’ al estadio, el Cacho desplegó la bandera, saludó a Cara e’ Choque, un amigo suyo de la infancia, e ingresamos. Debo detenerme para aclarar que el verdadero nombre de este amigo es Juan Carlos pero, a modo de picardía, sus gomías le pusieron ese apodo luego de que se estrellara durante un recreo contra el vidrio de la puerta de la dirección de la escuela Mariano Moreno. Después de ese trágico episodio al Juan Carlos la cara le quedó como a un auto que venía a 100 y que debió frenar de pronto pero, de todas formas, se la dio contra una pared. Y en ese mismo establecimiento educativo se realizó el bautismo del accidentado: “Cara e’ Choque”. Bue… no nos vayamos por las ramas.Entramos a la cancha, y ni bien pasamos el molinete que te ponen en la puerta antes de hacerte bosta las entradas, se me acercó un cana y me dijo “venga que la voy a palpar”. Y el muy osceno me empezó a tocar las zonas púdicas. “Quíteme esas manos asquerosas de encima, guarango, sinvergüenza”, le grite. Una vez sentada en el medio de la popu y mientras el Cacho cantaba junto al resto de los fanáticos pude ver una inmensidad de Pitufos… chicos, grandes, Pitufinas. Por todos lados. Y cuando ingresó el árbitro, no les miento, yo creía que era Gárgamel. Mientras la hinchada coreaba “No te vayas campeón…” yo le preguntaba al Cacho “¿a dónde mierda se van estos ahora?” Y el Cacho simplemente me miraba, no me contestaba las pelotudeces que yo comenzaba a preguntar. Y comenzó el partido nomás. Y yo estaba más desorientada que la Coca Sarli sin mostrar las tetas. A los cinco minutos del primer tiempo y mientras dos jugadores disputaban una pelota en la mitad de la cancha no dudé en gritar “¡¡¡Orsaiiii!!!” Toda la popular, platea techada, platea descubierta y palcos dirigieron la vista hacia mi. A los treinta minutos recién me atreví a hacerle una pregunta al Cacho: “¿Para dónde tenemos que patear nosotros?”-Para aquel lado. ¿No te das cuenta o sos boluda voz? – largó el Cacho. Pero no me di por vencida y arremetí con esa pregunta de rigor, esa que no puede faltar en el extenso interrogatorio femenino.-Decime Cachito… vos que sos tan inteligente. ¿Qué le ven los hombres a un deporte en el cual veintidós pelotudos corren una pelota?Y fue ahí cuando no solo me contestó el Cacho, sino que se levantó todo el estadio y empezó a cantar: “Callá a La Chona, la puta que lo parió… Callá a La Chona, la puta que lo parió…”Ni lerda ni perezosa, atiné a levantarle el dedo del medio de mi mano derecha, el del fuck you. Porque vieron que los dedos ya no se llaman más como antes. Antes eran el pulgar, el índice, el medio, el anular y el meñique. Ahora todo es más práctico. Los dedos recibieron sus apodos: el gordo, el vaginal, el del fuck you, el anular (ese no cambió de nombre) y el chiquito, ese que en la infancia se comió el huevito. Cuando me vieron con el dedo levantado, todos los simpatizantes enfurecieron y el Cacho no sabía dónde meterse. “¡¡¡Chona, compadre, la concha de tu madre…!!!”, fue la respuesta repetida de la concurrencia. Durante el transcurso del cotejo apelé a mi cábala de toda la vida. Y en cada avance del adversario repetía fuertemente “Cuájale… cuájale… cuájale”, para evitar que metieran algún gol.Hasta que en el minuto 33 de la segunda parte veo que avanza un delantero, elude a dos defensores y… ¡¡¡Gooooollll!!!Cuando menos me dí cuenta, yo, La Chona, estaba subida en el paravalancha festejando el gol. “¡¡¡Vamos… griten, manga de putos!!!”, desafié. Y a lo lejos, muy a lo lejos, pudo divisar la cara de compungido, la cara de dolor, de derrota del Cacho. Era gol de los otros. Pa’ colmo, la yuta y el referí decidieron suspender el partido por falta de garantías ya que, decían, había una loca trepada al alambrado. Después de eso, el Cacho no me habló más por una semana. Y nunca, pero nunca más se le pasó por la cabeza esa delirante idea de pronunciar “Chonita, vamos a la cancha”.

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