El día de la madre lo disfruté a pleno. El Cacho había comprado dos tetras de Zumuva y una tirita de falda con sochoris criollos, de esos que te hacen ir al ñoba como catorce veces antes de terminarlos de comer.
Doce del día, la mesa estaba servida. El Ignacito se había encargado de prender las velas Ranchera y de poner los platos.
Yo, mientras preparaba las ensaladas, disfrutaba de un sabroso vaso de vino. Es más, lo masticaba en cada trago.
Cuando el Cacho trajo el asado casi nos agarramos a los puñetes por quedarnos con un pedazo de carne. Hicimos un brindis y nos devoramos esa jugosa falda, la que perfectamente había aprendido a asar el Cacho en sus épocas de albañil.
El único problema que hubo fue que al Cachito se le fue la mano con la sal y nos quedamos cortos con las dos cajitas de Zumuva.
Después, me sorprendió el Ignacito con un postre hecho por sus propias manos: compota.
Ni bien terminamos de saborear el postre a mi se me saltó la térmica. Lo más factible es que haya sido producto del alcohol.
-¿Sabé’ qué, Nachito? ¡¡¡Só’ adoptado!!! Y vó’, Cacho… ¡¡¡só’ cornudo!!!, vociferé mientras el Cacho se atragantaba con una miga de pan y el Ignacito empalidecía sin comprender aún lo que acababa de escuchar.
Se armó un quilombo tremendo. Nos puteábamos todos contra todos. Luego de veinte minutos de discusión me tomé el último saldo de vino, directamente del tetra, y me fui a apolillar.
Ahí quedaron, en la cocina, el Cacho y el Ignacito tratando de descifrar el enigma de La Chona.
Del pedo que tenía me desmayé, tipo tres o cuatro de la tarde del domingo, y recién me desperté el lunes a las ocho y media de la mañana. Justo a la hora del barrido.
Aún con un poco de resaca y la cabeza que se me partía, no me acordaba nada de lo que había acontecido el día anterior. Tampoco había escuchado al Cacho irse a dormir.
Me puse el enagua y me fui a la cocina a tomarme un Alikal, de esos que vienen con la pastillita que son ideales post pedum. A los quince minutos ya me había aliviado el malestar y recién en ese momento comprendí que ni el Cacho ni el Ignacito estaban en casa. “El Ignacito debe estar en la escuela, desburrándose, el pobre; y el Cacho, seguro, debe andar pelotudeando por ahí”, pensé.
Pero dos horas más tarde los veo atravesando juntos la puerta de entrada a casa.
-¿Se puede saber de dónde vienen ustedes? - pregunté.
-Sí. Venimo’ de hacernos una prueba de AND – me dijo el Cacho con cara de enojado.
-¿Y eso con qué se come? – interrogué nuevamente.
-Es un estudio pa’ saber de dónde concha viene el nene – me informó.
-¿Y qué te pasó por la sabiola pa’ ir a hacerte ese analis, paiaso? – lo increpé.
-Por todo lo que dijiste ayer, ¿o vó’ ya te olvidaste? – señaló el Cachito.
-¿Que lo qué? Si yo tenía un pedo mortal ayer – indiqué.
-Chona… no nos volaceés. Vó’ ayer dijiste que el Ignacio era adoptado y que yo era cornudo.
-¿Y ustedes me creyeron, manga de tololos? ¿No vieron que estaba rechupadaza? – traté de calmarlos.
-¿En… en… entonce’ es toda mentira? – puchereó el Cacho.
-¿Vos sos mi mamá? – preguntó el Ignacito.
-¡¡¡Claro, mis dos amores!!! – los calmé con una abrazo.
Luego se sumaron ellos abrazándome fuertemente y provocando que los tres rompiéramos en un emotivo llanto.
Ya vuelto todo a la normalidad, el Cacho se fue a comprar el diario y el Ignacito se puso en la compu a bajar unos temas del Walter Olmos. Y yo, como no tenía nada que hacer, me puse a hacer unos cálculos mentales: “Y sí… puede ser… el Ignacito tiene diecisiete año’… y con el Cacho nos casamo’ hace diecisei’… y yo ya estaba bomba… y en la despedida de soltera qué pedazo de fiesta se armó… y yo estuve con el Rubén despidiéndome de la vida de soltera… Y… ¿el Ignacito será hijo del Cacho? ¿o me habrán llenado la cocina de humo esa noche? ¡¡¡Qué despiplume, mi Dios!!! Le voy a prender velas a San Expedito y a esperar el resultado del ATN… NAD… AND… ¡¡¡ADN!!!
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