martes, 13 de octubre de 2009

La Chona entre el súper y el sanatorio

Esto de haber incursionado en el mundo periodístico escribiendo para la revista La Vecindá' me tiene a mal traer. Pa' colmo, ahora el blog, en donde comparto mis actividades diarias con ustedes. No se imaginan cómo tengo las várices... a punto de explotar de tanto laburo que tengo.
Decí que el Cacho me da una mano porque no tengo ni tiempo de tender las camas. Gracias a Dios que el Ignacito ya es grandecito y se lava los calzoncillos cuando se ducha. Es decir, cada dos semanas. Pero a veces les quedan algunas manchas rebeldes, que no quiero ni preguntar de qué son, que los tengo que poner en el lavarropas y largarle más o menos dos o tres kilos de jabón en polvo.
Esta mañana me levanté temprano, me preparé un yerbeado y esperé a que el Cacho dejara de roncar. Mientras tanto, hice la lista del supermercado: un Raid mata moscas y mosquitos dengueros, otro Raid mata cucarachas cajetudas, sacar diez o doce fósforos de una caja sin que se dé cuenta el repositor externo, ponerme desodorante Polyana en el sector de perfumería porque ya estoy juntando unos cuantos enanos, pasar quince veces por el sector donde está la promotora de Gancia haciendo probar un copetín. Seguir haciendo las comprar antes de chuparme por completo con el Gancia. Un escobillón: muy importante, no me puedo ir del super sin el escobillón. Al que tengo en casa sólo le queda la madera y no puedo salir a la calle a chusmear solamente con la madera. Queda mal. No es cool. Ma' o meno', esto suma 33,25.
Pero el problema se me presentó cuando llegué a la caja: 58,70 me dijo la cajera mientras sonreía. Me pregunto yo de qué se ríe la pelotuda esta. ¿No se da cuenta de que no me alcanza la plata para pagar las compras que encima me sonríe?
Inmersa en un ataque de histeria le dije: Che papudita... ¿por qué no te arreglás el canino que lo tenés careado?
Santo remedio; se le borró la sonrisa en el acto. Y después seguí: ahora sacame el yogurt, los huevos y el salame del Cacho.
Cuando llegué a casa con tres pelotudecitas que me costaron casi cuarenta mangos veo una ambulancia del 107 parada en la puerta de mi casa. Largué la bolsa a la bosta y corrí a ver de qué se trataba. El Ignacito había llamado al servicio de emergencias porque el pajero del Cacho se había calentado viendo el Venus 24 horas y la erección no paró nunca. Cinco horas estuvo el viejo con el pingo en alto.
Ahora estamos en el sanatorio esperando a ver qué van a hacer con la porquería del Cacho. Hay dos opciones: o se la cortan o la doblan como si fuera un caño. Después les cuento.

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