Esa noche, luego del suceso de la pérdida de memoria, el amoroso del Cacho se esmeró en hacerme recordar, durante toda la tarde, quién era él.
-Io soy el Cacho, Chonita… ¿No te acordai de mí?
Después de recordarlo un poquito al Cacho, me dijo que me vistiera, que me pusiera todas las plumas, porque íbamos a ir al Susi Clú’.
En el acto pensé que al Cacho se le había pirado una neurona. Creí que era un clú’ Singer…
Ah, no… Esa es la marca de la máquina con la que coso las medias agujereadas del Cacho.
En el camino, a bordo del E7, me explicó que íbamos a cenar al Susi Clú.
-¿Y qué vamo’ a morfar, decime Cachito?
-Vamo’ a comer Susi.
-¿¿¿Nos vamo’ a comer a la yegua de la Susana???
El Cacho solamente sonrió. Y mientras él sonreía, yo pensaba: “Este hijo de puta se debe haber metido en una cesta… No, no, no… en una sexta… Perdón… en una secta”. Estaba medio raro el loco este.
-Yo a las partes púdicas ni se las toco – le dije.
A medida que el Cacho se mataba de risa, yo seguía:
-¡¡¡Ni chupada!!! Ni se les ocurra darme de comer un sobaco a mí. ¿Me entendiste, Cacho?
Y ahí, justo en el momento que pronuncié su nombre, el Cacho se dio cuenta. Porque cuando io dejo de usar el diminutivo es porque se viene un embrollo.
-Calmate, Chonita querida… Te esplico… El susi es un pescao y en el Susi Clú’ te lo sirven de re chupete – me aclaró.
-Ahhhhhhhhhhhhhhh – fue lo único que atiné a vociferar.
Ni bien llegamo’ al Susi Clú’ este, no nos alcanzó la tarasca ni pa’ ver la carta. En la entrada ya me relojearon mal y casi me cago a trompadas con el cocinero.
Ahí me di cuenta que el collarcito con el dije de la Mona era un tanto zarpado pa’ ese lugar. Y que el anillo fluorescente, ese que te venden en los semáforos y que titila a dos mil por segundo, que me había puesto tampoco daba pa’ el Cerro de las Rosas.
El Cacho se quedó pálido después de ver los precios de la carta. Me agarró del codo y de pedo me dejó levantar.
-¡¡¡Nos vamos a la mierda, nos vamos!!! – me gritó.
-¿A dónde vamos, Cachito? – le pregunté.
-Vamos a “Che Pescado”, el mejor bolichón… de Susi.
Sucede que io no tuve en cuenta los signos de puntuación. “Che Pescado” quedaba en Villa Páez y no era, precisamente, de susi. Sino que Susi era su dueña.
Nos trajeron dos pescadazos que acababan de sacar del Suquía… y al primer mordiscón…
-…
-¿Qué te pasa, Chona? – preguntó el Cacho.
-…
-‘Tá ricazo, ¿no? – preguntó eufórico nuevamente el Cacho.
-…
Como el boludo no entendía lo que le quería decir, no tuve otra que apelar a la violencia y le encajé un patadón en las bolas por debajo de la mesa. Al querer levantarse, producto del golpe, por suerte empujó la mesa y ésta presionó mi diafragma, lo que me quitó el atoramiento que tenía.
-No te dai cuenta que me había tragado una espina y no podía ni respirar, no podía, atunazo.
Y en el acto me levanté, enojadísima:
-Vamonos a la mierda del boliche del bagre este – seguía enfurecida.
Fue ahí cuando saltó la Susy, que no debe tener más de un metro treinta:
-¿A quién le decís bagre, che vieja del agua? – me prepoteó la muy guacha.
Nos agarramos de los pelos por espacio de quince minutos hasta que, cuando nos cansamos y nos olvidamos de por qué mierda estábamos peleando, cada una se fue pa’ su rancho.
En el camino de vuelta, como sabía que estaba en falta, con dos tarjetas rojas y media, el Cacho se quiso hacer el romántico. Me compró un bombón y a mí se cayeron los lienzos, se me cayeron. Abrí ese bombón haciéndome la Yaron Estón cordobesa y noté que una especie de acidez me empezaba a recorrer el paladar.
¡¡¡Se me fue el romanticismo y la seducción al ocote!!!
-¡¡¡Cacho…!!! Te vendieron un bombón vencido, te vendieron – le informé.
Y me fui directo a ver la fecha de vencimiento:
-Vence el 10/12/2011 a las 09:33 horas – leí atentamente.
-Está bien entonces – trató de calmarme el Cacho.
Pero había algo que no me cerraba. Debían ser nuevos esos bombones.
-¿Bombones Knorr? ¿De gaina? – dudé.
Y fue cuando caí, grité y lo empecé a correr al viejo pelotudo por todo el barrio:
-¡¡¡Te vendieron un caldito de gaina che pescadazo!!!